Álvaro Holgado
Hablar solo
Flotamos entre el día y la noche haciendo lo que podemos para habituarnos al resto del mundo, sin levantar sospechas
Llevo días intentando que nadie lo note: el cambio de hora me ha sentado fatal. A las personas que nunca construimos horario claro cualquier constricción del tiempo es cosa temible. Flotamos entre el día y la noche haciendo lo que podemos para habituarnos al resto ... del mundo, sin levantar sospechas, y justo cuando todo parece colocarse, zas, otra vez me convierto en búhos y las ojeras me delatan.
Yo mato el tiempo caminando por mi casa. Hay un pasillo largo desde el salón hasta el cuarto que la recorre entera. Son las tres de la madrugada, las dos en Canarias y aquí el que escribe llevará 10.000 pasos. Si hubiera una cámara oculta podría dejar el periodismo y dedicarme al showbussines. De una punta a otra escucho música, bailo patéticamente, especulo sobre las posibles reformas de mi piso, le hablo a la tele, a los personajes de las series e incluso les aplaudo cuando por fin salen del aprieto.
También camino mirando al suelo, con las manos por detrás como un detective o un abuelo y pongo caras estúpidas de concentración para resolver los problemas de mi existencia. Esas veces, tan pronto en mi cabeza me transformo en pocos años en un nuevo patricio de nuestra época, es decir, en funcionario, como decido irme a Italia con Anita y formar una extraña familia napolitana que siempre dice «certo» con delicadeza cuando le recuerdan que no es de allí.
La mayoría de las veces hablo solo. Respondo a viva voz a la ristra de mensajes de Whatsapp que quedan por contestar y llevan pitando toda la semana. Uno tras otro voy respondiéndoles con varios «Sí, me encantaría, dalo por hecho» o «nos vemos la semana que viene, sin falta que ahora no puedo» o «todo salió fetén, ojalá hubieras estado allí».
Se me ocurren entonces incluso bajar a las profundidades del chat y responder a las más viejas con las respuestas más cursis. Los «te echo de menos» que no se dijeron a tiempo o los «yo también lo siento» que no deberían haber esperado. En todo caso, como te puedes imaginar, bebo mucha agua porque es fácil acabar con la lengua seca.
Sí, hablar solo es una delicia. Puedes dar todos los matices posibles y la respuesta siempre será la que esperas. Solventa con creces esta sensación cada vez más compartida de que hay una barrera entre lo que querríamos decir y lo que decimos. El mundo fuera de esta tregua mía se muestra inaccesible, rudo, simple y escaso. Todo lo que me importa precisa de algo más que nubecitas verdes y ticks azules.
Me ocurre pensando en esto que cada vez comprendo menos a quienes solo entienden el mundo a través de la pantallita. Se informan allí, hacen sus burbujas en grupos con gente que les trae al pairo, convierten estupideces en mensajes virales y luego despotrican contra el que toque. Guerras, cambio climático, pandemias, memoria histórica, todo tema es poco. Luego, claro, sin pasar más un minuto en la calle o cruzar una mirada, están deseando ver como arde todo.
Ya sea desde Whatsapp, Twitter, Telegram o Instagram, la cuestión es crear consignas para acabar con lo que hay fuera después de crear una religión absurda sobre lo que no ves o, mejor dicho, no has querido ver. Estando las cosas así, no sé, casi mejor hablar solo que juntarse con una marea de bots.
Yo por mi parte, para resolver mi tema a lo mejor monto una quedada en el pasillo de mi casa un día de estos. Así os respondo y dejar de hablar en vano. Los que os sintáis aludidos, estáis todos invitados. A lo mejor pongo hasta una máquina de tickets, como en la carnicería. Para cualquier petición o reclamación, eso sí, llamadme al fijo.