Álvaro Holgado
«Hoy empezó la guerra, por la tarde me fui a nadar»
Yo aviso: estoy acojonado. Sin embargo, últimamente solo se escucha a los convencidos. A los creyentes
Desde hace un mes voy con mi amigo Pablo a una piscina de barrio. Se trata de uno de esos oscuros compromisos que se dan entre el 1 y el 10 de enero y que luego pesan como una losa. El día que uno de ... los dos no puede ir, el otro solidariamente abandona la misión, lo cual no deja de ser sintomático. Llegamos allí rondando las dos de la tarde y nos ponemos a dar brazadas como dos personajes patéticos pero, al fin y al cabo, en la faena. Hacemos ‘la rana’, ‘la mariposa’ y otros tantos animales a los que imitamos sin demasiada fortuna. Podríamos decir en realidad que somos dos bípedos con pretensiones. Seguro que por encima de nuestras posibilidades.
De camino, hablamos de cómo va el mundo, de la chica que le gusta a él, de mudarse, de no mudarse, de la peli que vimos anoche, de que el Cádiz no juega a nada y otras cosas que hacen de lo cotidiano un lugar en el que quedarse.
Kafka dejó escrito en sus diarios que el día que estalló la Primera Guerra Mundial, por la tarde se fue a nadar. Yo tardé algunas horas menos con la que nos ha tocado. Asisto atónito sin embargo a eso que llamamos «el momento histórico». En estos tiempos nuestros hemos rebajado tanto el nivel que debería sentirme sedado, pero por el contrario, tengo miedo. Terror. A los hombres de mi generación sigue siendo algo que les cuesta mostrar. Yo aviso: estoy acojonado. Sin embargo, últimamente solo se escucha a los convencidos. A los creyentes. Hay quienes se agarran a la bandera para no estar solos. Otros lo hacen porque quieren justificar su odio al distinto. Otros se agarran a la ignorancia así, como concepto. Los hay de la misma modalidad, pero que no lo saben, y en su credo han hecho del pensamiento crítico una farsa y de la sospecha torticera, religión. Los cuentos que nos contamos nos constituyen.
Mi generación incomprensiblemente ha resucitado el horóscopo, sin ir más lejos. Podríamos desde ese prisma justificar que Putin está invadiendo Ucrania porque es Libra, que al googlearlo me comentan que es signo inequívoco de frivolidad. «Típico de Libra» que diría alguno. Pienso en el fondo que es inofensivo y que la astrología puede ser un hobby como cualquier otro, pero no deja de ser sintomático de cómo una generación entera sigue buscando cómo explicarse el mundo sin que le haga daño.
«Todos estamos en peligro» son las últimas palabras de Pasolini horas antes de ser asesinado en la playa de Ostia esa misma noche. Todos estamos en peligro de convertirnos en aquello que jamás habríamos querido ser. Cualquier agresor, violador, dictador o fascista, todos tienen entre sí siempre una cosa en común: la fe inquebrantable en un relato que coloca sus vidas por encima de las del resto. Ellos, en definitiva, solo creen en la muerte.
Yo, y creo que en esto no estoy solo, solo quiero construir vida en torno a una idea: aquella que me permita amar y ser amado, escuchar y ser escuchado. «Yo amo la vida tan ferozmente, tan desesperadamente» diría el propio Pasolini, que no concibo una forma de estar aquí los años que me toquen. Y defender cada pequeño momento de felicidad cotidiana es todavía el refugio de una mayoría que solo quiere vivir en paz. Pienso mi piscina de la dos de la tarde con mi amigo Pablo como una fortaleza y aquel poema de Eugenio Mandrini como una esperanza para los agnósticos: «Si evaporada el agua el nadador todavía se sostiene, no cabe duda, es un ángel».