Contra la vocación
El miedo y la incertidumbre son grandes enemigos capaces de convertirnos en seres desquiciados. Patéticos.
Cada cosa tiene su momento. Es de esos lugares comunes que odio pero que siempre se cumplen. Una obviedad. La repetimos normalmente cuando desistimos, casi como aceptar el fracaso, pero no deja de haber cierto poso de madurez en la frase. Sí, las cosas, incluso ... las más maravillosas, tienen fecha de caducidad. Es importante entender que se acaban.
De lo contrario deviene la frustración. Se te tuerce el gesto. Todo cuanto estaba en su sitio se vuelve pesado, monótono. Sientes que la gente te mira raro. Me cuesta imaginar que alguien esté a gusto cuando sabe que ya no pinta nada. Que es mejor dejarlo ir. No les culpo. Yo también estuve ahí. Cambiar acojona. Y el miedo y la incertidumbre son grandes enemigos capaces de convertirnos en seres desquiciados. Patéticos.
Pasa primeramente en el amor. Uno percibe que algo ya no es como era y, sin embargo, es difícil admitir el fin de fiesta. Dejando a esto a un lado, las vocaciones, que son algo muy parecido a una relación amorosa, quizás porque no dejan de ser una convicción propia construida contra todo y contra todos, tienen un proceso igual de doloroso cuando dejan de tener sentido.
En esto del periodismo, por ejemplo, hay muchos que últimamente se preguntan si merece la pena. Mientras los advenedizos asienten con una devoción religiosa, casi de credo aprendido en las universidades, últimamente otros salen a los cuatro, diez, quince años del sector. Con la cabeza alta, sí, pero negando con la cabeza.
También con la sonrisa plácida de abandonar el suplicio de no tener horas o la desazón de saber que escribir no va a cambiar el mundo, que eso es otro tema. En todo caso, no es territorio exclusivo de los juntaletras, claro. Pásate por un hospital, un colegio, un bar o cualquier oficina y verás el mismo relevo precario. Los que entran por los que salen tienen, a menudo, cifras parecidas en la cuenta del banco.
Lo que nos salva, y esto es incontestable, es que la vida sigue. Te haya dejado tu pareja, te hayan echado del curro o hayas renunciado a él, el mundo sigue girando. Un poco valiente sí hay que ser para aceptarlo.
Quienes no superan la barrera del miedo, suelen decir figuradamente aquello de que «fuera hace mucho frío» o que «nunca encontrarás nada mejor» que lo que abandonas. Pero, en fin, para el frío se inventaron los chaquetones y lo que vendrá en el futuro, a saber. La vida, repito, tiene eso. Es todo tan inesperado, tan sorpresivo, que al menos a mí hasta me pone un poco ¿no crees?
Quizás nos hemos acostumbrado a que el trabajo nos defina. Cuando conoces a alguien te pregunta de primeras a qué te dedicas y desde ahí ya compone una identidad tuya, un hacer, un percibir. Incluso una escala de valores. A mí me suena prácticamente a insulto ¿En serio toda mi experiencia vital, mis amigos, mis historias, mis bares, mis amores, mis decepciones, mis mudanzas, lo que yo, en definitiva, pueda decir acerca de lo que significa cada cosa que me rodea, lo que soy, se definen por mi último contrato laboral?
No, toda vocación no es más que un deseo, y si no está satisfecho, se convierte en la gasolina de los obsesos. De ellos está el cementerio lleno. Una vez más, te repito, cada cosa tiene su momento, y la puerta a lo que viene está, casi siempre, abierta.
Decía Ángeles Mora en uno de mis poemas favoritos: «No, no es fácil cambiar ahora de llaves. Y mucho menos fácil, ya sabes, cambiar de amor».
Yo le añado que sí, que no es sencillo enamorarse de nuevo, pero mucho más difícil aguantar eternamente el desamor.