Esfuérzate tú
Decía Fernando Fernán Gómez que él estaba «muy capacitado para no hacer nada» y «que si hubiera sido heredero, pues habría estado perfectamente»
![Álvaro Hogado: Esfuérzate tú](https://s1.abcstatics.com/media/opinion/2022/06/24/v/holgado-ksEF--1248x698@abc.jpg)
Yo nunca me he considerado un vago. Quizás un ‘dejarse ir’ sí tengo, no te voy a engañar. De chico pertenecí a ese selecto grupo catalogado como «los que se entretienen con una mosca». Ya sabes, lo de «el niño el listo, si se esforzara ... un poco más…». Nada grave. Mejor así. Creo firmemente que una de las ideas más horripilantes del siglo XXI es la cosa esta de la ‘cultura del esfuerzo’, que como cualquier mantra de época nadie sabe muy bien qué es, pero todo el mundo dice.
A mí el concepto me disgusta de plano. Me da arcadas, vaya. Siempre he soñado con un mundo donde las cosas fueran más sencillas de lo que son y es probable que así fuéramos más felices. Sin embargo, tocó esto de trabajar que, así visto a lo largo de mi todavía escasa trayectoria laboral, pues tampoco resulta el mejor invento del mundo.
Decía Fernando Fernán Gómez que él estaba «muy capacitado para no hacer nada» y «que si hubiera sido heredero, pues habría estado perfectamente». Yo me sumo, evidentemente. De esa cultura del esfuerzo surgen derivaciones que a mí al menos me provocan arcadas. Lo de «realizarse», como si el ser humano necesitara un sueldo para ser humano resulta, así de primera, absurdo. En un sector concreto de mi generación, no toda, siempre hubo clases, es una engañifa que nos metieron desde niños.
Uno trabaja para comer, para pagar el piso, para pegarse un lujazo yendo al cine. O, yo qué sé, coger el autobús para ir a la playa. El que diga que hace falta trabajo y esfuerzo para algo más que sobrevivir, miente. O simplemente lleva una vida muy distinta a la mía. Que allá cada cual.
La cosa se hace más insoportable cuando te lo echan en cara. A menudo esto de esforzarse aparece por la boca de quienes no necesitan esforzarse mucho, curiosamente. Mandonear desde la poltrona es sencillo. Otros son casi fanáticos. Devotos de una religión que ha terminado por alabar a quien pone la salud mental en riesgo por cuatro duros más. Y sí, todos hemos estado ahí. Persiguiendo una «realización» que nunca llegaba yo, lo confieso, salí con un ataque de pánico de la penúltima redacción que pisé. Se me petrificaron los dedos en el teclado después de nosecuántas horas currando. Cómo te quedas. Después de aquello colgué gustosamente los hábitos, claro.
No quiero tampoco ser frívolo. Las cosas más importantes en esta vida cuestan tiempo. Dedicación. Eso también está claro. Pero no te fíes de quienes, cuando ya se te caen las ojeras o te pincha la espalda de echar la jornada, te canta las loas a esforzarse hasta el infinito como dogma. A mí personalmente me gusta más la cultura de los límites, los derechos y los horarios laborales. Una cosa preciosa. El lagrimón se me salta. Mira.
Mientras tanto, aguantando las ganas de incendiar libros de autoayuda en la plaza del pueblo, te deseo querido lector entretenerte con las moscas como yo en mi niñez. O con lo que sea. La fe inquebrantable que más merece la pena no es otra que la vida misma. Disfrutarla. Sin esfuerzo.