José Manuel Hesle - Opinión
Algo personal
No hay político del signo que fuere que se salve de la quema, faltaría más
Poseen solo el valor que cada cual les quiera otorgar y camuflan resentimientos, mezquindades, inseguridad y alguna que otra pobreza interior añadida que diría una respetable amiga empeñada en demostrar que es factible dar la vuelta al comportamiento de más de uno. Lo abordan todo y parecen tener como misión única el descabezar títeres. Insinúan con maledicencia las oscuras intenciones de todo aquel que se atreva a emprender proyectos o apostar por «la propia fe» que invocara George Brassen y cantara Paco Ibáñez. Matan el hambre de ilusiones y contribuyen a la fosilización. Señalan con rotundidad que tras cualquiera que ose destacar hay siempre un oportunista y que toda acción colectiva esconde el espurio interés de la manipulación al servicio de una u otra causa. No hay político del signo que fuere que se salve de la quema, faltaría más, ni benefactor social al que no se le encuentre un pasado remoto capaz de desacreditarle en el presente o se le adjudique una perversa intencionalidad futura. Difaman para que algo quede. Incitan a la confrontación y hacen apología de un ayer grandioso e insuperable. De un mañana imposible. Invocan al infortunio como argumento para eludir el esfuerzo personal y evitar asir al toro por los cuernos. Promueven la resignación y la mediocridad. Y amagan con la rabieta como último recurso.
Arma letal en manos de intransigentes, necios y engreídos. Incapaces de escuchar y menos aún de razonar. Sin poder evitarlo invocan a cada instante el eso es lo que hay o marcan el color blanco o negro de las cosas. No hay más, lo dicen ellos. Tienen siempre la solución adecuada para cada caso pero no se mojan con nada, ni con nadie. Pontificando son unos cracks. Maestros liendres en barras de bares y soberanos indiscutidos en los reinos de ciegos de cada esquina. De todo entienden y disertan sin rubor y sin pudor, aunque resulte un enigma conocer de dónde emana semejante sabiduría y elocuencia. Los aciertos de los otros agitan su existencia y les roban el sueño, por lo que sin dudarlo siembran calumnias, injurian y descalifican con tal de despejar el patio y fulminar a la competencia. Saldan así sus propias deudas. Incluso son hasta voz de amo. Aunque lo peor que llevan es el reconocer que, a pesar de la que está cayendo, la integridad personal existe y son posibles los logros que derivan del esfuerzo compartido y el diálogo, de la escucha y la empatía. De sobras conocidos en sus casas y en sus barrios, en la peña y en la comunidad de vecinos; ellos no preguntan, para qué, actúan. Se lucen. Pasan por plastas, rallantes y enteraos, por cuanto se les concluye haciendo el vacío.
La posibilidad de agazaparse tras el pseudónimo que les ofrecen las redes sociales y las ediciones digitales de la prensa les ha venido que ni al pelo para continuar perpetrando fechorías desde el anonimato. Para ver sus propósitos cumplidos sin el más mínimo rasguño. Esconden la cara y arrojan con cobardía cuanta basura pueden. Me dicen que los hay incluso que han llegado a inventar personajes diferentes, enfrentados en sus opiniones, para dar vidilla a los devastadores debates que promueven. En ocasiones hasta se aplauden a sí mismos. Sus comentarios, en la mayor parte de los casos, son solo el reflejo de las propias frustraciones. Poco más aportan. Algo personal hay, sin duda, entre esos tipos y yo.
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