Adolfo Vigo

Alepo, ciudad sitiada

Hoy, la verdad, que me apetecía hablar de este tema

Adolfo Vigo

Hoy, la verdad, que me apetecía hablar de este tema. Sé que en nuestro país hay muchos temas recurrentes y con muchísimo interés, pero no podía quitarme a Alepo de la cabeza desde hace unos días.

Recientemente leía en un periódico cómo una mujer en sillas de rueda moría en una calle de Alepo junto a su marido mientras esperaban la llegada de un médico que la atendiera. La misma mujer que en esa ciudad había tenido que sufrir y ver cómo sus sietes hijos caían muertos en unos de esos ataques que día tras día han ido destruyendo una ciudad que prácticamente era la más grande de Siria, relegando a un segundo puesto a Damasco, la capital del país.

Una ciudad con una población en su día que contaba con más de dos millones de habitantes pero que tuvo la mala suerte de ser territorio de opositores al régimen de Bashar al-Asad y de radicales religiosos que vieron en sus calles el perfecto caldo de cultivo para imponer sus creencias. Una ciudad que ha sido utilizada por el régimen oficialista como ejemplo para evitar los levantamientos contra el poder del Estado. Y mientras tanto, sus ciudadanos han sufrido, sufren y sufrirán las consecuencias. Consecuencias que se reducen a un sitio brutal, a una guerra espeluznante entre ambos bandos en la que los únicos perdedores son los ciudadanos civiles que a habitan.

En esta ciudad entre tanto sufrimiento, entre tanta barbarie humana ha relucido un color, el blanco. Los conocidos como «los cascos blancos», personas que jugándose su vida salían a las calles a cada bombardeo, a cada escaramuza, en cada brutal atentado contra esos civiles para rescatarlos, para sacarlos de debajo de esos escombros en los que quedaban reducidos sus casas, sus humildes hogares para intentar ayudar a tantos necesitados. Para suplir la ayuda médica que no han dejado pasar a la ciudad, a la que no han permitido por ninguna de las partes circular por corredores seguros.

Ahora que parece que llega la ofensiva final de las fuerzas gubernamentales, que parece que los bombardeos, los choques armados en las calles, en definitiva, que la muerte dejará de acechar en la calle a los pocos civiles que se ven obligados a vivir en Alepo, la ONU nos alerta con una nueva atrocidad. Las fuerzas de Asad, junto con los mercenarios contratados por el estado sirio, se están dedicando a ejecutar de forma sumaria a todos los civiles que se van encontrando a su paso por las calles recuperadas. Hombres, mujeres y niños están siendo ejecutados en sus casas por el simple hecho de estar en «la zona enemiga».

Y mientras tanto, en el resto del mundo nos rasgamos las vestiduras pero somos incapaces de plantear la más mínima solución a un problema que se ha ido de las manos hace mucho tiempo a sus dirigentes. Miramos a otro lado, con miedo de mirar a Siria por si nos golpea la dura realidad de los cascotes de su guerra. Algunos se refugian en el recuerdo de una guerra pasada en nuestro país, sin ser capaces de manifestarse por las barbaries cometidas por esas zonas del mundo amparándose en el nombre de una religión mal interpretada, y que en verdad esconden la corrupción de un sistema manchado con la sangre de tantos civiles.

Sé que esta no es la típica columna de los miércoles, pero no se me va de la cabeza esa ciudad desde hace unos días.

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