Yolanda Vallejo - HOJA ROJA

Albert Poppins

Cuando Mary Poppins se tenía que medir ante sus contricantes.

YOLANDA VALLEJO

Cuando Mary Poppins se tenía que medir ante sus contricantes, que eran dos niños absolutamente indeseables, caprichosos, maleducados y empoderados del todo, sacaba de su cartera –además del perchero, la maceta, el espejo y todas esas cosas que de manera habitual llevamos las madres en los bolsos– una cinta métrica que la definía de pies a cabeza: pratically perfect in every way, que traducido resulta algo así como «prácticamente perfecta en todo», definición que ya de por sí sería motivo más que suficiente para levantar suspicacias y para desconfiar de la niñera, pero que en la edulcorada película de Disney se nos vendía como la única manera de meter en verea a los dos energúmenos de la familia. Después, ya sabe lo que pasa, que como la prácticamente perfecta Mary Poppins vivía a medio camino entre el techo de una casa y la feria de dibujos animados, y pensaba que «con un poco de azúcar» se podía tragar uno el sapo más gordo, pues se le va de las manos la educación de los dos niños y no tiene más remedio que salir volando por donde había venido, aprovechando una racha de viento como la que trajo el pájaro al monumento. En fin.

Y dirá usted que a qué viene el rollo este de Mary Poppins y su perfección. Tiene razón, pero vivo sin vivir en mí, y no me quito a la niñera de la cabeza desde que supe que Albert Rivera nos había elegido para presentar la reforma constitucional y de las instituciones que su partido lleva como proyecto estrella para las próximas elecciones generales, con la excusa aquella de la cuna de la libertad y la primera Constitución y todo eso, aprovechando, claro está, que el Pisuerga pasa por Valladolid y que Pablo Iglesias ya había vuelto sus ojos misericordiosos a nosotros eligiéndonos para el inicio de la campaña electoral el próximo 4 de diciembre. Qué le vamos a hacer. Siempre nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y de Cádiz cuando ser trata de hacer experimentos.

Pues eso. Que veo a Albert Rivera, y lo veo tan practically perfect, tan calculadamente natural y tan desproporcionadamente sensato –además de limpio y aseado– que me lo imagino subido en un pony de mentira cantando aquello de «If I had a fault it woudn never dare to show» mientras suena de fondo el supercalifragilisticoespialidoso y las masas enardecidas se van rindiendo a sus pies. El nuevo Suárez –no sé yo, a estas alturas, si que a uno lo identifiquen tanto es bueno o malo– lo han llamado, como si fuera un mesías y viniera para conducirnos a la tierra prometida donde no habrán de faltarnos la miel y la leche y el trabajo y la vivienda y el salario mínimo y las prestaciones y el inglés vehicular, todo eso que los políticos nos prometen cada mañana, porque ya no esperan ni siquiera al calendario y andan en campaña electoral permanente.

Ha llegado Mary Poppins, ya lo sabe. Sin pasado, sin ataduras, sin pelos en la lengua... El blanco perfecto para empezar a disparar. Porque si hay algo que dijo Machado y que tal vez se le haya pasado por alto a Pablo Iglesias –además de lo del español que quiere vivir y a vivir empieza de la dedicatoria a Rajoy– , es que por este país, por nuestro país, aún cruza errante la sombra de Caín. Un Caín que todos llevamos dentro y que no va a permitir, de ninguna de las maneras, que Mary Poppins y su perfección se instalen por aquí. De hecho, ese «nopasado» de Rivera podría empezar a pasarle factura. ¿Quién es ese hombre? se preguntaban ya en 2006 cuando el joven abogado, desnudo, –«como los hijos de la mar», muy machadiano también– irrumpía tímidamente en el parlamento catalán después de haber hecho campaña con «Sólo nos importan las personas. Nos importas tú». De entonces hasta ahora ha llovido. Pero estos nueve años no han podido aún con la imagen nueva, fresca, sin mancha, prácticamente perfecta del líder de Ciudadanos. Un líder que dice cosas como «no seré el vicepresidente de Rajoy, ni de Iglesias ni de Sánchez» y que se las dice de la misma manera que se lo podría decir su hermano o su primo, con toda la tranquilidad del que nada esconde ¿O sí?

Yo tengo que confesarle que tanta perfección me abruma. Me pasa como con las ofertas, que siempre me ponen en guardia, tal vez movida por esa desconfianza tan ultramontana que los españoles llevamos inscrita en nuestra cadena genética. A día de hoy, las encuestas –que ya sabe usted lo que pienso de ellas– dan a Rivera un nada despreciable tercer puesto que lo convertiría en llave para el gobierno. «Estoy convencido de que podemos dar la sorpresa», dice una y otra vez y tal vez por eso, intenta atraer el voto desencantado del Partido Popular, pasando de puntillas por algunas cuestiones sociales, intentando agradar a la izquierda, a la derecha, al centro, a dios y al diablo.

Y ahí es donde se equivoca el líder de Ciudadanos, Albert Poppins, porque no basta un poco de azúcar para tragarse «la píldora que os dan». Hace falta que los ciudadanos nos lo creamos, aunque sólo sea como los niños de la película, que creamos de una vez que otra política es posible en España.

Y que no parezca un cuento.

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