El apunte
Ahora descubren el talante de sus socios
Los que se asustan y rompen pactos son los mismos que les dejaron entrar
Los dirigentes de la Generalitat de Catalunya y de Convergencia, los grupos que apoyan a la alcaldesa de Barcelona, incluso los socialistas de El Puerto, hasta los concejales del PSOE en la ciudad de Cádiz, acaban de descubrir, como en la mítica ‘Casablanca’, que en los casinos se juega. Un año después de cerrar los distintos acuerdos que tenían como única finalidad impulsar el proceso separatista o cerrar la puerta al PP -según los casos y los escenarios- resulta que lo hicieron a cualquier precio. El mayor es tener que compartir decisión y gestión con grupos muy cercanos a la radicalidad, que se declarar incompatibles con el capitalismo, con el sistema administrativo actual, con novatos cargados de revanchismo y odio que tienen como único objetivo hacer tabla rasa. A sus declaraciones tremendistas y sus gestos simbólicos vacíos, unen un cierto desdén por las formas, además de un rechazo irracional a proyectos que consideren opuestos a su ideología minoritaria.
El despertar de los moderados parece contagioso. En Cataluña o en la Bahía, en Madrid, Galicia o Valencia, son cada vez más los socialistas y nacionalistas que definitivamente entienden que no pueden ir a ningun lado con esa compañía, que son compañeros que van a poner zancadillas una tras otras porque consideran que derribarlo todo es el único objetivo. El precipitado fin del tripartito de El Puerto, conocido ayer cuando el David de la Encina, hacía oficial el cese de los cuatro concejales de Levantemos. El acuerdo de gobierno con socialistas e Izquierda Unida, a la papelera. Los cuatro ediles destituidos son José Antonio Oliva, María José Marín, Javier Botella y Rocío Luque. El motivo es que no acudieron a una junta de gobierno por discrepar de uno de los puntos que contenía: conceder la licencia de obras para construir el controvertido párking de Pozos Dulces.
Así actúan. No están de acuerdo y, por tanto, boicotean. No debaten, no negocian. Es el problema de llevar la pancarta y el megáfono a las instituciones. No tienen el hábito del diálogo. Luego, toda la lista de lamentos y la letanía de reproches o arrepentimientos.
Pero los autodenominados activistas nunca engañaron a nadie. No creen en el sistema y vienen a tirarlo por dentro. Los responsables son los que les dieron paso y se sorprenden.