Yolanda Vallejo - OPINIÓN

Adivina quién gana esta noche

Las de 1982 fueron las últimas elecciones generales que se celebraron en día laborable, en jueves para más señas

YOLANDA VALLEJO

Hoy es uno de esos días que se podrían calificar de raro. Raro, raro, raro, no me lo niegue. Porque a la lista de cosas pendientes que aún le quedan antes de Nochebuena, a la nómina de desaguisados que aún tiene por guisar, a la familia que aún tiene que ubicar en la mesa del comedor y a las ilusiones puestas en el martes, –¿y si toca aquí?– debe añadir lo de ir a votar. Y es complicado hacerlo desde el abismo de las compras, con todas las tiendas abiertas y ese espíritu festivo-compulsivo que se ha apoderado de nosotros. Nada tiene de particular, dirá usted. Y sí, sí que lo tiene. Verá.

Las de 1982 fueron las últimas elecciones generales que se celebraron en día laborable, en jueves para más señas. En aquellos tiempos, la convocatoria electoral traía aparejado el premio de que los chiquillos no teníamos colegio, y los trabajadores podían disfrutar de algunas horas supuestamente libres, para ir a ejercer su voto. Por lo demás, las tiendas, los bares, los supermercados –si es que los había hace treinta y tantos años– seguían la jornada electoral sin alterar mucho su rutina y tampoco la noche suscitaba demasiada inquietud porque todo el mundo sabía lo que se tardaba en el recuento. A partir de 1986 los comicios comenzaron a celebrarse en domingo, que era como un día más tranquilo, día de descanso, sin el alboroto de los días corrientes, con esa tendencia a la introspección que suelen tener los domingos; y sobre todo, con la intención de favorecer cuanto se pudiera la seguridad y el normal desarrollo de la convocatoria. Ya nos habíamos acostumbrados al ritmo dominical de cada jornada electoral, paseo, voto, paseo –no necesariamente en ese orden– y tarde-noche pegados al televisor para ver los últimos sondeos, los primeros resultados y el topicazo de la fiesta de la democracia y la lección de madurez que damos cada cuatro años, no sé a quien, por cierto.

Pero como ya vaticinó El Peña, es una casualidad esto de que la gente no respeta ni que estamos en… Navidad. Y así, hoy domingo se encontrará usted en el dilema de comprar y votar, o comprar, o votar. Se hará extraño recorrer la calle Columela un día de elecciones con todo el comercio abierto y se hará difícil sustraerse a la tentación de correr hacia los centros comerciales. Visitar un belén, depositar el voto, comprar la última lotería por si la suerte se quedó por aquí después de lo de la primitiva de la pasada semana… qué se yo. Porque hoy es un día raro.

Un día en el que, como en el Apocalipsis podremos hablar de un cielo nuevo y de una tierra nueva –no es que me esté dando por la cosa profética, no– porque realmente, como decía el evangelista, aquí ya está todo el pescado vendido, y no precisamente porque los pescaderos hayan hecho bien su trabajo. La campaña, usted lo sabe igual que yo, ha transcurrido en el patio del colegio, y como en el patio del colegio los candidatos no han llegado a las manos –que poco les ha faltado–porque presentían que el castigo podía ser mayor que la satisfacción de ponerle la cara colorada a más de uno. En fin, son como niños, habrá escuchado usted en los últimos días. Sí, como niños caprichosos que por tal de que los dejemos llegar más tarde prometen que van a recoger su cuarto, que van a estudiar, que van a bajar la basura… promesas que usted y yo, y media humanidad sabemos que no son más que atajos para conseguir el voto. Pero algo ha cambiado, es cierto.

Hacía mucho tiempo que unas elecciones generales no suscitaban tanto interés entre los ciudadanos. Vivíamos en la inercia de que votar no servía para nada más que para que salieran otra vez los mismos –fueran los mismos los que fueran– instalados en el acomodo de llamarnos «políticos» y acudíamos a las urnas con la sensación de estar viviendo el día de la marmota. Otra vez lo de siempre. Sin embargo, si algo bueno ha tenido esta crisis y quienes la han provocado es que, sin darse cuenta, han despertado al «zoon politikon» que todos llevamos dentro y por primera vez desde hace muchísimos años, la ciudadanía está dispuesta a ejercer el voto consciente de que su opinión cuenta, y cuenta mucho.

Es cierto que hay partidos emergentes –qué mal suena esta expresión– que han conseguido captar el interés de la gente más joven, de la gente más desencantada y de la gente más indignada. También es cierto que los partidos rancios han hecho lo posible y lo imposible por mantener a sus votantes. En fin, que la cosa está interesante de verdad.

No es momento de hacer apologías ni siquiera de condicionar su voto, si es que a estas horas aún no ha votado. Pero sí es el momento de reflexionar –antes de que mañana otros lo hagan por nosotros– sobre la situación que estamos viviendo. No sé quien ganará esta noche ni quién nos gobernará en los próximos cuatro años. Pero sí sé una cosa. Quien quiera que lo haga tendrá que contar con usted, y conmigo y con nuestros hijos. Porque si algo bueno han tenido estos tiempos revueltos es que nos han quitado la venda de los ojos. Y ahora vemos, y oímos, y sabemos, y votamos.

Aunque sea un día raro.

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