Antonio Ares Camerino

Adictos al GAS

Igual nos enganchamos a una serie televisiva que convertimos a las nuevas tecnologías y sus aparatajes en el sentido de nuestra vida.

Antonio Ares Camerino

Ha sentido en algún momento un deseo irrefrenable de consumir o hacer algo que llega a nublarle el raciocinio de la voluntad? ¿Ha percibido de forma clara que algo le puede, que es superior a sus flaqueantes fuerzas el poder resistirse? Eso es una adicción.

Se define como todo «hábito de conducta peligrosa o de consumo de determinado producto o sustancia, en espacial drogas, y del que no se puede prescindir o resulta muy difícil hacerlo por dependencia psicológica o incluso fisiológica.

A pesar de nuestra capacidad de raciocinio, de poder discernir entre el bien y el mal, entre lo saludable y lo insano, el ser humano es la especie más adictiva de todo el reino animal. Lo mismo nos enganchamos a drogas de uso legal, como el tabaco o el alcohol, que los hacemos con otras en la penumbra de la ilegalidad. Lo mismo hacemos uso del juego lúdico hasta la extenuación insomne que convertimos la ludopatía en elemento de ruina. Igual nos enganchamos a una serie televisiva que convertimos a las nuevas tecnologías y sus aparatajes en el sentido de nuestra vida.

Incluso la comida engancha, eso sí dependiendo del tipo de comida. Está demostrado, el jamón de jabugo no engancha. El gazpacho sólo nutre y refresca, y las gambas blancas y el pescado de roca de Conil sólo tienen un sabor incomparable.

Michael Moss, premio Pulitzer, acaba de publicar un libro titulado ‘Adictos a la comida basura’. Durante años ha investigado y puesto al descubierto la cara más tenebrosa de la industria alimentaria, qué manipula de manera intencionada la composición de los productos que nos ofrecen, para que con su consumo sintamos ese pálpito de placer irrefrenable de la adicción.

¿Ha sido capaz de comer una solo patata frita de un paquete?, seguro que no. Las grasas, los azúcares y la sal añadidos de manera intencionada a los alimentos pueden provocar esa ansia que nos hace rehenes del paquete. Las grasas animales y vegetales manipuladas, los azúcares añadidos y ese puntito de sal desmesurado que se le agrega a lo natural, tienen la misma, o incluso más, capacidad de adicción que el alcohol, el tabaco o las drogas duras. Las grasas hidrogenadas potencia el sabor, hacen la comida más apetecible y retrasa su deterioro. La sal, además de ser el mejor conservante, sabrosea la comida. Los azúcares refinados y de absorción rápida incrementan la sensación de placer y recompensa a la hora de comer algo dulce. Ni los veganos puros son capaces de resistirse al aroma de los chicharrones, a los de la manteca colorá recién hecha o al tufillo de un buen churrasco de ternera a la parrilla. Está demostrado que los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga tienen efectos adictivos similares a los de los cannabinoides de la marihuana, modificando las concentraciones de neurotransmisores cerebrales.

Los azúcares refinados de absorción rápida provocan subidas tenebrosas de insulina que hacen que necesitemos algo dulce que llevarnos a la boca después de comer. ¿Sabe por qué se le apetece chocolate o golosinas a los postres?

Según la Sociedad Española de Cardiología la sal es tan Adictiva como las drogas duras. Si lo recomendado por la OMS son de 5 a 7 gramos diarios en España consumimos más de 12.

Está claro. Tenemos que desengancharnos.

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