Ramón Pérez Montero

Abstracciones

Advierto que Antonio Rojas se mueve en esa línea de querer llamar nuestra atención sobre las posibilidades inagotables del mundo

RAMÓN PÉREZ MONTERO

Tarde de fin de verano en el Real Club Náutico de Algeciras. Espejo añil de la bahía con temblorosos reflejos de la mole gibraltareña. Antonio Rojas me invita a la exposición de sus últimas creaciones. Pinturas del artista instalado en su robusta madurez. Imágenes hipnóticas donde los perfiles de la costa tarifeña de su niñez exhiben una elaborada dimensión abstracta.

Antonio se esfuerza en imponer en el territorio comercial del arte su mirada de artista intelectual comprometido con su creación. Empresa no baladí. No se trata solo de pintar con el objetivo de las ventas. Nuestro hombre se esfuerza en transmitirnos la textura efímera de la realidad por medio de su obra. Tanto la pintura como la realidad consisten en la captación de formas. Como nosotros el arte no puede sino observar, trazar formas arbitrarias en el mundo.

Frente a la concepción clásica que asignaba a la obra pictórica el cometido de provocar asombro, y frente al concepto de ‘mundo’ de esa misma visión como el conjunto de las cosas visibles e invisibles, el artista moderno, y Antonio lo es, otorga a su creación la función de aclarar y al mismo tiempo ocultar el sentido de lo que capta. Con ello aparta nuestra atención de las utilidades con que nos somete, o nos sometemos a las necesidades de la vida cotidiana. Arrebata al ‘mundo’, contemplado ahora como pura indeterminación del sentido, su calidad de necesario.

Advierto que Antonio Rojas se mueve en esa línea de querer llamar nuestra atención sobre las posibilidades inagotables del mundo, marcando así una distancia con la realidad que se experimenta como un soplo de liberación con respecto a lo cotidiano. Dota a los viejos almacenes del puerto de Tarifa de la calidad onírica de un surrealismo de sabor daliniano o, a fuerza de perseverar en la abstracción, aquella pobre arquitectura alcanza la desnudez rotunda del suprematismo de un Malevich (no por casualidad titula irónicamente a una de sus obras expuestas Sur-prematista).

No estamos frente a una obra que solo trate de provocar asombro, por más que lo provoque. No estamos frente a obras de ficción, sino ante mensajes (también la pintura es ante todo una forma de comunicación) que construyen una realidad desligada de cualquier clase de referente y que reclama los derechos a su propia objetividad. Tampoco estamos frente a imágenes que traten de generar sin más el ‘sin-sentido’ (los chorreones imposibles de aquella paleta del lienzo titulado Dime algo), sino más bien frente a imágenes que, precisamente bajo el influjo del arte nonsense, nos hablan de que el propio esfuerzo por lograrlo acaba produciéndolo, del mismo modo que observamos el sin sentido de todo esfuerzo por conseguirlo.

En esta línea de experimentación, o profundización filosófica, el arte de Rojas no trata de imitar los objetos de la realidad, no trata de probar nada, ni nada consigue con respecto a la descripción de lo real. Únicamente muestra que, a partir de la propia arbitrariedad, sus obras consiguen elevarse a sí mismas haciéndose necesarias por ellas mismas. Antonio nos coloca, como diría Luhmann, frente a la paradoja de la necesidad de lo solamente posible, siendo por tanto consciente del riesgo comercial de su apuesta. Cada una de sus creaciones tiene la ardua tarea de hacernos entender que ella misma (a diferencia del mundo) debe ser tal como es, a pesar de que se trate de pura elaboración y de que no exista ninguna playa tarifeña que pueda proclamarse su modelo.

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