OPINIÓN

Abriendo puertas

Volvemos al modelo Teófila: aquí estará el auditorio, aquí, queridos, el centro de documentación; aquí las cintas de Producciones Izquierdo...

La memoria está hecha del mismo tejido que los sueños, o que las pesadillas, según se mire. Un tejido tan sutil y tan delicado que deja al descubierto cualquier costura que esté mal hilvanada; que se arruga con facilidad, y que es muy difícil de planchar. Y que más que disimular, deja al aire todas nuestras miserias y todas nuestras mezquindades, empeñándose siempre en recordar, una y otra vez, que aunque se disfrace de selectiva, la memoria puede llegar a ser muy traicionera. Las hemerotecas suelen ser los cajones en los que mejor se conservan los recuerdos, y por eso, adoro tanto las colecciones de periódicos viejos que aún traen noticias del día, y que incluso se aventuran en redactar los titulares de mañana.

Verá. En agosto de 2014 –ayer, para algunos, hace tantísimo para otros– el Ayuntamiento de Cádiz, que por entonces aún sonreía, o funcionaba, o impulsaba, o sabe Dios qué cosa hacía, organizó unas jornadas «de puertas abiertas» en aquella manzana envenenada que «a coste cero» –entrecomillo porque tengo el periódico delante– había recibido de Altadis unos años antes. Los depósitos de Tabacalera y sus almacenes, ¿recuerda?, que se iban a convertir en –no sé cómo decirlo sin ruborizarme yo misma– el futuro de esta ciudad sin presente. Allí, como la lechera y su cántaro, nuestra antigua Alcaldesa iba diseñando en el aire lo que íbamos a ser, en una especie de ilusión óptica mediante la que «se pretende que el gaditano vea cómo se va adaptando este equipamiento a las necesidades de la ciudad». Ohhhhhh. Aquí estará la Facultad de Medicina, y aquí, en medio de la nada, surgirán zonas verdes, y pisos, y espacios culturales –eran los años de los grandes contenedores culturales, sin contenido, no lo olvide–, y aquí estará el «espacio polivalente» y en menos de una semana –anunciaba la noticia– «se va a llevar a cabo una experiencia piloto en este espacio con la celebración de un concierto en la nave abierta y una exposición en la primera de las naves cerradas».

Ya entonces aquello sonaba a García Márquez, a su senador Onésimo Sánchez y a esa maravilla de relato ‘Muerte constante más allá del amor’ que tendríamos que leer por prescripción facultativa al menos una vez en la vida. «Ya no seremos más los expósitos de la patria, los huérfanos de Dios. Seremos otros, señoras y señores, seremos grandes y felices».

Porque las mañas políticas son siempre las mismas, en la realidad y en la ficción; en el realismo mágico y en surrealismo de todos los días. Y mientras Onésimo Sánchez iba recitando su letanía de promesas que nunca iba a cumplir, sus ayudantes echaban al aire pajaritos de papel, y árboles con hojas de fieltro. Y crecido por los aplausos, hasta se atrevía a prometer «las máquinas de llover, los criaderos portátiles de animales de mesa, los aceites de la felicidad que harían crecer legumbres en el caliche y colgajos de trinitarias en las ventanas».

Sí. Nos reímos mucho entonces, en aquellas jornadas de puertas abiertas al vacío. Porque en el fondo, todos sabíamos que, una vez roto el cántaro, ni pollo, ni gallina, ni huevos, ni vaca... Ni nada. La nada. Por eso cuando llegaron las nuevas políticas, las de la transparencia y el olor a pan recién hecho, las de los vecinos y vecinas, y demás, volví a leer a García Márquez, y volví a ver a Blacamán, el vendedor de milagros.

Verá. El palacio de Recaño es uno de los edificios más bonitos que hay en Cádiz. Está ubicado en la zona más alta de la ciudad y la que se tiene por más antigua; una zona en la que conviven –como dice acertadamente Antonio Rivas en el vídeo promocional del «museo» del Carnaval– el cielo de la Torre Tavira y el suelo de Gadir. Un lugar mágico. Pero dicho esto, también hay que decir que el palacio está declarado Bien de Interés Cultural, que traducido resulta que su nivel del protección es tan alto, que cualquier intervención que se haga, necesita muchos papeles, no sé si me entiende, y que el estado del edificio, después de diez años cerrado, no es precisamente de revista. Y que empezar la casa por el tejado nunca ha sido buen negocio. Y que un proyecto museográfico atractivo, útil y moderno, y que cumpla con todos los estándares que exige la ley, no es tan fácil como creemos.

Así que volvemos al modelo Teófila: aquí estará el auditorio, aquí, queridos vecinos y vecinas, el centro de documentación; aquí el gorro de ‘La mar de coplas’ –ese no puede faltar–, aquí las cintas de Producciones Izquierdo. Ohhhhh. «Lo veo», dijo nuestro alcalde, y para que vosotros también lo veáis, las actuaciones y las visitas guiadas hablarán por sí solas, en el «segundo idioma que se habla en Andalucía» –no solo me gusta cómo escribe, sino cómo habla, es mi debilidad– y tendremos, señoras y señores, el gran museo del Carnaval que dará empleo y alimento, y del que hablarán generaciones enteras...

‘Ajolá’, que se diría. Me gustaría ilusionarme, de verdad pero he visto tantas veces el mismo capítulo, que sé lo que pasa al final. No se preocupe, no se lo voy a decir.

Para eso ya está la memoria, que es tan traicionera.

Abriendo puertas

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