Adolfo Vigo

El abogado del diablo

No se piense por el título que le voy a hablar de una película, aunque lo parezca, ni crea que le voy a contar algún caso en el que haya participado

Adolfo de Vigo

No se piense por el título que le voy a hablar de una película, aunque lo parezca, ni crea que le voy a contar algún caso en el que haya participado. Ni siquiera trataré sobre el blog de mi compañero de despacho, Enrique Montiel, que tiene bajo dicho título. No. Hoy voy a hablarles de lo que viene siendo esta profesión a la que, desde hace varios años, me dedico y que no es otra que a la de la abogacía.

En concreto, me referiré a esa situación ingrata que es muchas veces la opinión de los clientes. Está claro que si el caso se gana es porque era muy sencillo y de antemano se iba con el cien por cien de posibilidades de ganar. En cambio, si se pierde es porque el abogado ha sido muy malo, ha enfocado de forma incorrecta el pleito, o, simplemente, es un ‘manta’ que no sabe llevar ese tipo de casos.

Y esto viene al hilo del asunto legal que ha salpicado a Ana Duato. Según ella, y me remito a las manifestaciones que hizo tras la salida del Tribunal Supremo de declarar por un presunto delito de fiscal, la culpa de todo la tiene su abogado. Este, presuntamente, sin su consentimiento fue el que movió su dinero de un lado para otro a fin de despistar al fisco español y hacerle pagar menos impuesto.

Como ven el abogado es el culpable de todo. Menos mal que en las películas de intrigas y asesinatos le empezaron a echar las culpas de las muertes al mayordomo, porque si se hubiesen dado cuenta antes del filón que es tener un abogado para hacerlo responsable no dudo de que en todas las de Agatha Christie habría un abogado culpable.

Entiendo que habrá compañeros en la profesión que intenten buscarles las vueltas a Hacienda para hacer que sus clientes paguen menos, todo esto dentro de la legalidad permitida. Lo que dudo mucho es que ese abogado se dedique a mover el dinero ajeno sin el consentimiento o conocimiento, al menos, de sus propietarios. Me parece irrisorio y débil defensa la de echarles la culpa a la falta de conocimiento de las acciones del abogado cuando estamos tratando de cantidades con muchos ceros.

Dicho esto, tengo que romper una lanza por mis compañeros de profesión. No dudo que habrá ovejas negras en ella, como en todas las profesiones, y con alguna me he encontrado por el camino, pero me niego a admitir que todos seamos así. En esta profesión hay auténticas señoras y señores que se desviven las veinticuatro horas del día por sus clientes. Profesionales que no saben lo que es tener vida privada ya que se encuentran disponibles para estos sea el día que sea de la semana.

Es ésta una profesión en muchas ocasiones ingratas de cara al cliente, pero inmensamente satisfactoria a nivel personal. Hay veces en los que, a falta del reconocimiento del que paga, solo nos queda el saber que el trabajo que hemos realizado es el correcto y que el éxito de las pretensiones de nuestro cliente se debe al trabajo duro que ha realizado su abogado.

Es por ello que, tal y como dice el ultimo ‘mandamiento’ del decálogo de Eduardo Juan Couture para los abogados, si el día de mañana mi hija me pide consejo sobre su destino profesional, consideraré un honor proponerle que se haga abogado, aún cuando muchas veces seamos los abogados del mismo diablo.

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