952 gaditanos
Cádiz se muere. De vieja. Y de mediocre
Hace unos años, cuando Nuria terminó Segundo de Bachillerato, tuvo claro que iba a estudiar Económicas. En realidad lo tenía diáfano en su cabeza desde mucho antes. Su padre era economista y cuando murió –siendo ella apenas una preadolescente– se prometió a sí misma que ... seguiría sus pasos. Curiosamente, aquella muerte prematura y a una edad tan complicada para ella, lejos de desviarla del camino, la convirtió en una chica responsable. Muy responsable. Era la mayor de dos hermanas y ayudó en todo lo que pudo a su madre, que se quedó sola para sacarlas adelante. No siempre tenía para ellas el tiempo que le hubiese gustado. Pero Nuria se convirtió en un pilar fundamental en la familia. Se esforzaba en casa, haciéndose cargo de su hermana pequeña cuando su madre tenía turno de tarde. Y se esforzó mucho en los estudios. Cada mañana iba en autobús a la Facultad, en el antiguo hospital de Mora. No se saltaba una clase. Ahora, tras acabar la carrera con unas calificaciones más que aceptables, tenía por fin su recompensa. Licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Cádiz. Por desgracia, se vio metida de lleno en una encrucijada. Después de seis meses de prácticas, en Cádiz no había trabajo para ella. Mandó currículums. Todos los que pudo y más. Pero nada. Y un día, a través de una amiga, le llegó una oferta. Una buena oferta. En Madrid. Su primera reacción fue rechazarla. No podía dejar a su familia. Su madre, sin embargo, no le dio opción. Puso sus maletas en la puerta y le dio un billete de Alvia. «Nos apañaremos». No dijo más. Al coger el 1 rumbo a la estación, se encontró con una de sus mejores amigas de pequeña, Noelia. Hacía tiempo que no se veían. Noe era muy divertida. Durante su época en el instituto estaba siempre de fiesta. El Momart era su segunda casa y se conocía a todas las Erasmus que habían pasado por Cádiz. No terminó Bachillerato y había enlazado desde entonces trabajos precarios en tiendas y baretos sin alcanzar nunca una estabilidad. Entre otras cosas porque tampoco le interesaba demasiado. Ella, con conseguir cada año una entrada para una buena sesión de comparsas, ir a ver al Cádiz y a su Virgen, era feliz. Las tres ‘c’, decía. «Carnaval, Cofradías y Cádiz CF. Con eso tengo bastante, que en Cádiz es donde mejor se vive del mundo».
Al bajar la Cuesta de las Calesas se despidieron. Nuria enfiló a la estación y Noelia siguió hasta la Plaza de España, que había procesión aquella tarde en el centro. Nuria se iba, con pena. A vivir sola en Madrid. Noelia se quedaba, sonriente. Viviendo en casa de su padre, en Cádiz. Noelia seguiría en su ciudad de por vida. Nuria, oficialmente, pasaba a ser un simple número. Uno más de los 952 gaditanos que, por distintas razones, ha dejado de estar empadronado en Cádiz en 2018. En su caso, como en el de tantos otros, porque aquí no hay oportunidades. Cádiz se muere. De vieja. Y de mediocre.