Francisco Apaolaza

Ada

Cuando dudo ante la carta de un restaurante, ahora me pregunto qué haría Ada Colau

Francisco Apaolaza

Cuando dudo ante la carta de un restaurante, ahora me pregunto qué haría Ada Colau. A fuerza de opinar, se ha instalado en nuestras vidas como se instalaron antes otros personajes. Como el Padre Apeles. Ada habla sobre el Asunto, sobre España, sobre Rajoy, Ada da lecciones de derecho constitucional, Ada en esta ocasión sonríe y en otro momento llora. Ada es capaz de hacer una cosa y la contraria. A Rajoy se le puede aplicar el principio de Heisenberg, pues como ocurre con el efervescente electrón, del presidente del Gobierno se puede determinar su velocidad o su situación en un momento dado, pero nunca se pueden conocer ambos valores a la vez. Hay consenso en que Rajoy anda rápido, pero pocos saben dónde está. De Ada se puede determinar todo y nada, porque Ada no cumple las leyes de la física y está en todas partes, se mueve en todas las direcciones y en los dos sentidos de cada dirección al mismo tiempo.

Está dotada de una tenacidad incólume y tiene la cintura de un gato. ¡Qué digo, un gato! Ada es un leopardo. Hay que ser una fiera para defender que hay que proteger el referéndum catalán y a la vez entender que hay que prohibirlo. Yo, antes de decir eso en la televisión pido una pistola y me salto la tapa de los sesos. Ella, no. Ella se hace palabra con esa sonrisa de gato de Alicia y se desvanece como el humo. Aparece y desaparece en el periódico, en la pantalla del teléfono, en el programa de Ferreras, que es su ecosistema natural, en la radio de Alsina y Lucas. Creo posible que un día entre las cortinas de la ducha aparezca su mano alcanzándome el champú.

Barcelona es una ciudad tan avanzada –esto no es nuevo– que debe de gobernarse sola, pues ella ocupa todo escenario, dando da lecciones y dibujando las líneas de su mundo elemental, de su universo especial en el que es posible estar en contra y a favor de la independencia del Cataluña y de todo lo que le pongan a ella por delante. Ada Colau pertenece a esa nueva generación de superheroínas de la política, un círculo de fuego mutante, un nuevo olimpo literario en el que están al menos ella, Margarita Robles -siempre entre Catwoman y Gracita Morales- Rita Maestre, que es Uma Thurman y a veces un poco Tamara Falcó, e Irene Montero, la prolongación femenina de Pablo Iglesias que ha adquirido sus gestos, sus dejes, obviamente su argumentario y quizás hasta su perfume. Ojalá hubiera sido al revés. Arrimadas, no; Arrimadas es tan orgullosa y tan brava que, como Brel en ‘Les Bourgeois’, osa tomarse por ella misma.

Ada Colau -Espinete del siglo XXI- ha bajado de la elipsis política del 15M y me observa desde la pantalla con esa mirada suya de disimulo antes de tirar un penalti, que no sabe uno si va a chutar abajo a la derecha o a lo Panenka. De pronto -zas- despliega su truco de magia imposible y ahí va, corriendo todas las liebres del discurso morado como una podenca entre los lentiscos. Colau encuentra presa en todo. Late entre el monte bajo su ladrido agudo, su mensaje disperso y marianicida: ¡Franco! ¡Ataque a la democracia! ¡Poderosos! ¡El 78! ¡El pueblo! ¡Urnas! ¡Represión policial! ¡Libertad! ¡El 155!

Como aquellos discos de ACDC, si se escucha su discurso del revés, a oscuras y sentado en el suelo del cuarto de baño, Ada te dice que eres estúpido.

Ada

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación