TAL VEZ FELICES
Cañas entre podólogos y apios
La gastronomía sevillana, como todo, está cambiando
Sevilla, con el traqueteo del tiempo, se está transformando en una de esas ciudades donde resulta más sencillo comer tataki de atún un miércoles que tomar unas cañas entre amigos a un precio razonable. La restauración, como todo, está variando, especialmente en el casco histórico, ... donde lo que lleva más de veinte años se idealiza y lo nuevo no siempre busca perdurar. Por eso tienen a la juventud del Porvenir asaltando el Tiro de Línea: la peña bética, Casa Pepe, el Molina... Acuden allí porque aún queda un buen ramillete de bares sin neologismos en la carta. En otros barrios, sin embargo, lo autóctono resiste, pero cede terreno a franquicias, establecimientos de grupos y lobos solitarios que se suman a una moda que a veces pasa por la quinta gama. Allí donde se cambia el cocinero y nada cambia, malo.
Mención aparte merecen los mercados, reconvertidos en espacios gastronómicos. El del Tiro de Línea, por ejemplo, se encuentra en un estado de transición surrealista. Pepe Moreno, quien sirve las mollejas fritas más preciadas, como poco, de la zona Sur, ha visto llegar lo insólito a esas galerías. Cerca de su barra tiene una clínica de podología. Y el podólogo, a su vez, comparte ubicación con carnicerías, fruterías y otros comercios como mercerías y talleres de costura. De este modo, si una tal María, vecina de Almirante Topete, decide ir a hacer unos recados a la plaza de abastos, podría comprar apios y pescado, coger el bajo de unos pantalones, limarse los juanetes y celebrar el mediodía en el bar Mijita y Compañía. Lo haría todo en unos pocos metros cuadrados. Definitivamente, Sevilla está cambiando. Los mercados parecen lugares para la experimentación social. Su gastronomía, en líneas generales, un gran atractivo que se permite ciertas licencias. Dice José de la Tomasa que «no es lo mismo la fideuá que los fideos con almejas». Él es de la calle Feria, donde la Hermandad del Sushi prepara yakisoba cerca de la puerta de la Amargura. La apertura al mundo supone la fijación de los contrastes, que se ordenan solos y habitualmente, supongo, terminan por sacar a los podólogos de los mercados con la misma naturalidad con la que entraron.
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