La tasa turística del diálogo y el consenso
Conviene huir de exageraciones y apelar a un amplísimo debate para llegar a un amplio acuerdo: ni aplicación universal sin hablar ni un «impuesto revolucionario»
El sector turístico es el más importante en la provincia de Cádiz. Con sus ventajas –muchas– y sus inconvenientes –la estacionalidad, sobre todo– resulta una realidad incuestionable. Pero esa obviedad no evita que sea una industria que tiene un impacto directo y notable sobre el ... resto de la población. Otras también lo tienen, o lo tuvieron, en forma de contaminación o de dependencia de comunidades enteras de un determinado centro de trabajo. El caso es que el turismo favorece a muchos ciudadanos e influye en la vida directa de otros muchos con los que debe convivir sin aportarles actividad o ingresos de forma directa. Por hablar claro, una población de varios miles de habitantes (de las que hay varias en la provincia) duplica, triplica o hasta cuadriplica su población durante unos meses por efecto del aluvión turístico. Eso implica la necesidad de ofrecer servicios básicos como limpieza y recogida de basuras, transportes, asistencia sanitaria o seguridad básica a esos vecinos forasteros y efímeros, pero tremendamente numerosos, durante una parte del año. Plantear, por tanto, que esos visitantes puedan aportar una pequeña cantidad (un euro, dos euros...) en una factura total por la estancia no resulta ninguna barbaridad. Hablar, como han hecho algunos empresarios, de «impuesto revolucionario» parece una clara exageración. La prueba de que no es una ocurrencia extraña es que la medida ya está en aplicación, o en debate, en Sevilla, Málaga, San Sebastián, Cataluña o Baleares... Por poner unos pocos ejemplos entre decenas.
La propuesta es aceptable pero merece mucho debate, meditación colectiva y una utilización que venga respaldada por el consenso. Es necesario aclarar si deben asumirla sólo los establecimientos turísticos y hosteleros o incluso otras modalidades de comercios, los excursionistas, los visitantes de apenas unas horas como los cruceristas... Hay que valorar en qué casos sería contraproducente y en qué otros resultaría conveniente. Sin posturas extremas ni maximalistas, con espíritu abierto y negociador pero, sobre todo, con la premisa de que el turismo es cosa de todos. No sólo de los turistas y los profesionales.