OPINIÓN
Adiós a un amigo
No puedes imaginarte, y sí te hablo a ti directamente, lo que supuso tu entrada en mi vida
De un tiempo a esta parte me he dado cuenta de que me estoy topando con personas de una calidad humana impresionante. Debo tener suerte con eso, pues de los contrarios son pocos (alguno hay) que se cruzan en mi camino o, al menos, son ... pocos los que veo. Una de esas personas especiales ha sido Agustín Sigüenza. Una de esas personas que se hacen amigo en dos conversaciones mal contadas, en dos tardes sentados frente a un café, pero que te demuestran con actos y palabras que la bondad humana existe.
Agustín se nos ha ido esta semana y sé que deja huérfanos a muchos de los que lo conocimos; en el mundo de la recreación, en el mundo de la historia (como era mi caso); por su puesto a Marian (su esposa) y a su hijo Cristian. Nos deja huérfanos, pero no nos deja. Porque su eterna sonrisa, su siempre mano tendida queda ahí como ejemplo y recuerdo vivo.
Yo lo conocí por casualidad. Había oído sobre él y de pronto descubro que era el marido de una alumna de mi mujer, y entra en mi vida. Entra a borbotones, siempre con una sonrisa a pesar de los pesares, que no eran pocos; a pesar de una enfermedad que es lacra en nuestra sociedad; a pesar de cualquier cosa que se le pueda ocurrir, él respondía con sonrisas y ganas de hacer cosas.
Personalmente me queda una espina clavada: que no pudiera representar la jura de las Cortes en el teatro Falla de Cádiz, su último gran sueño junto a sus compañeros de la asociación de recreadores de San Fernando. No pudo ser, Agustín, eso no salió. Y me quedó con la sensación de que tenía que haber hecho más; y que tarde o temprano ese sueño se cumplirá.
Sé que hoy nos ve desde otro lado, ya que Agustín era un hombre profundamente religioso. Quizá eso, la fe, hizo que también nos acercásemos. Quizá esa fe le hacía ser reflejo de Cristo en la tierra y tener la mano tendida y el corazón abierto. No lo sé. Lo que sí sé es que es de las pocas personas de las que siempre he oído hablar bien. Una de esas que deja un hueco difícil de llenar, por lo mucho que siempre aportó.
Para mí, Agustín se convirtió en un modelo: por ser tan vital en todo; por la ilusión con la que vivía cada minuto aun sabiendo que el final se podía estar acercando rápidamente. Por no dejar de vivir cuando otros hubieran tirado la toalla hace años. Pero esa no era su manera, su manera era sacar la sonrisa, sacar fuerzas y seguir; por él, por Marian, por Cristian.
No se daba cuenta de que también lo hacía por otros muchos. Ayer mismo recibía llamadas preguntando por él de personas que sabían que teníamos relación de amistad. Porque Agustín terminó siendo eso: un amigo. De los que se echan de menos por puro egoísmo, por no poder llamarlo, mandarle un mensaje y decirle «Agustín, ¿te puedo pedir un favor?» sabiendo que la respuesta siempre será sí.
No puedes imaginarte, y sí te hablo a ti directamente, lo que supuso tu entrada en mi vida. Adiós amigo, siempre estarás a nuestro lado.