LA BARBITÚRICA DE LA SEMANA
El peluche revolucionario
La izquierda populista siente debilidad por los aprendices de mesías
Ser el combate (29/4/2023)
Escribir con los pulgares (22/4/2023)
No pueden ver a un guerrillero o aspirante a mesías de los pueblos oprimidos, porque se les hace la boca agua. Esta semana nomás, el presidente colombiano, Gustavo Petro, visitó España haciendo pucheros de reparación histórica, recitando soflamas contra el «yugo español» y con ... pataleta protocolaria incluida. Después de insolentar con lo del chaqué, acaso porque prefiere la ropa de camuflaje, el pasamontañas y las botas de sus años en el M19, Gustavo Petro se dejó achuchar cual osito de felpa en brazos del fundador de Podemos Juan Carlos Monedero y de la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, una mujer que no puede resistirse a los encantos de cuanto peluche revolucionario se le ponga delante. ¡Son tan monos con sus pueblos milenarios a los que siguen procurándoles la peor de las suertes!
Se conmueve Yolanda Díaz como quien ve a una cría de panda en cautiverio. No hay subcomandante de atrezo que no hipnotice a quienes han ido a pasar unos días en el campamento de verano del grupo de Puebla. De la factoría de libertadores (denominación de origen «Españoles y canarios contad con la muerte, aún siendo indiferentes»), Gustavo Petro es el espécimen más reciente. Es el exguerrillero que más lejos ha llegado en la política de su país. Petro, que dice haber sido torturado en un calabozo el día en que su grupo guerrillero secuestró el Palacio de Justicia colombiano, puede vivir para contar sus cuitas, las 98 personas que murieron ese día no. «Era un muchacho en aquel entonces y fui a parar a la cárcel después de la tortura». Con aspavientos o sin ellos, Gustavo Petro se marchó con las llaves de la capital del imperio que le entregó en mano el alcalde Almeida y en su bolsillo, de paso, se llevó un millón de euros de ayuda a los diálogos de una paz que él mismo intentó socavar en Colombia. Esa dialéctica moral revolucionaria y libertadora erotiza a la izquierda radical europea y despista a los socialdemócratas. No hay insurrecto o dinamitero de la democracia que tras llegar por las urnas al sistema de poder que intentó destruir, active tan fuertemente las zonas erógenas de profesores universitarios, asesores, lobistas y, por supuesto, de sus respectivas cuentas bancarias. Le pasó a Podemos con Evo y Chávez. Y a Zapatero con Maduro. Eurocentrismo libertario.
La erótica del revolucionario que comenzó Martí y retomó Fidel Castro fue desmantelada por autores como Octavio Paz, Mario Vargas Llosa o Carlos Rangel. Sin embargo, obró una ilusión en la intelectualidad romántica. Hizo creer que la utopía era posible y que América Latina era el freno al imperialismo y el capitalismo. Para ellos pudo ser inspirador, festivo incluso, pero para América Latina fue una desgracia y sigue siéndolo. Así como la intelectualidad marxista de los años sesenta desconfiaba de la democracia por considerarla una fachada de la burguesía, ésta puede acabar cebando nuevos espejismos y delirios telúricos. No hay nada más peligroso –y tierno a los ojos de los frívolos– que un peluche revolucionario.
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