LA BARBITÚRICA DE LA SEMANA
Tenemos todo el pasado por delante
La sociedad contemporánea está cansada de la democracia. Algo parecido ocurrió en el siglo XX
Hubo una generación a la que la democracia le pareció una cosa lenta, inútil y desprovista de imaginación. Así lo cuenta Carlos Granés en 'Delirio americano' (Taurus), en cuyas páginas describe un fenómeno de los primeros años del siglo XX, cuando los miembros de las ... vanguardias despreciaron aquella forma de gobierno por considerarla decimonónica y anacrónica. Ante un siglo tecnológico y vertiginoso, Marinetti y los constructivistas rusos, uno arrobado por el fascismo y los otros por el comunismo, se convirtieron en sirenas propagadoras de un nuevo orden. El poeta chileno Vicente Huidobro pensó que la democracia era un colchón de papeles inútiles, un invento de letrados. Leopoldo Lugones halló en el fascismo de Mussolini una épica de energía transformadora que acabó inspirando el peronismo. Casi un siglo más tarde, su hallazgo se ha convertido en una versión política del 'Soy leyenda', de Richard Matheson: no tiene antídoto ni cura. Del general Juan Domingo para acá, el peronismo crece al contacto con el agua, como las patillas de Menem y la melena de Kirchner.
Tenemos todo un pasado por delante para comprobar que las intuiciones de los vanguardistas, por entusiastas y visionarias que fueran desde el punto de vista artístico, no lo fueron ideológica ni políticamente. Tuvieron ya no pésimas, sino nefastas aplicaciones en la realidad. Acabaron convirtiéndose en propaganda autoritaria, escenografía para líderes supremos y refutaciones al sentido común. Preferir el rugido del motor de un Ferrari a las alas de la Victoria de Samotracia es una opción del gusto, pero entraña una visión del mundo y por tanto una valoración de aquello que se descarta.
Los vanguardistas de los años treinta no eran omniscientes. Ignoraban todo cuanto podría ocurrir o desatarse a partir de sus arrebatos y delirios. Y aunque nosotros, al igual que ellos en su momento, no sabemos lo que va a pasar, sí sabemos lo que ya pasó. Habría que tener cuidado con el cansancio de la democracia y mostrarse precavidos y desconfiados con aquellos que dicen haber descubierto vías mejores y más expeditas para conseguir el bienestar común. La democracia es lenta, porque aspira a lo duradero. De otra forma sería pasajera, caprichosa y cambiante.
Lo que revolucionarios, visionarios e iluminados perciben como trabas son en realidad contrapesos, mecanismos que desarrollan las instituciones para defenderse de quienes intentan perpetuarse en ellas, amoldarlas a sus designios o, lo que es peor, despacharlas de un plumazo. No todos los asuntos son susceptibles de defenderse con pancartas ni todas las decisiones tienen cabida en un enunciado plebiscitario. El mundo no es el Twitter de Elon Musk ni la casa en Galapagar de Pablo Iglesias. Entraña una red mucho más compleja de leyes y sesiones de soberanía a través del voto popular. Aburrirse de la democracia, apuntarse a su linchamiento, es tan peligrosos como aburrirse de la respiración, el agua y la luz de sol.
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