OPINIÓN

Jugar en equipo

De esa manera, cumpliríamos con ese fin que viene recogido en la Constitución, tendríamos mejores personas, mejores profesionales y, por supuesto, mejores políticos

Miguel Ángel Sastre

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Hacer deporte, independientemente de la edad, siempre es recomendable, tanto a nivel físico como mental. Desde que somos pequeños nos inculcan la actividad deportiva como un pilar esencial de nuestro desarrollo como personas.

Es lógico que así sea porque, además, el deporte, sobre todo si es de equipo, tiene otro valor esencial: la marca personal que impregna a quien lo practica. Una marca personal que, en la formación de una persona joven es esencial, porque le imprime un carácter que le ayuda a desenvolverse en la vida. Una marca personal que, además de propiciar el tejer amistades, a nivel de valores, suele desarrollar de manera muy específica la inteligencia emocional. La inteligencia que menos entrenamos y, quizás, la más necesaria.

El deporte aporta, generalmente, sentido de la responsabilidad, del esfuerzo, de aprender a gestionar victorias y convivir con las derrotas pero, sobre todo, imprime esa cualidad, porque debes conocer a tu adversario pero, por encima de otras cosas, y lo más importante, a quien es tu compañero. Da igual, incluso, que sea un deporte de equipo o individual, porque en estos siempre acaba habiendo un equipo detrás de quien está en primera línea.

Y esta característica es algo común con otras actividades formativas que también se basan en el trabajo en equipo como, sin ir más lejos, actividades relacionadas con el debate. Es por ese motivo, por la formación complementaria que aporta, por el que muchas empresas, en sus procesos de selección, valoran muy positivamente que quien aspira a un puesto de trabajo haya 'jugado' en equipo o dirigido un grupo.

Todos los trabajos, por la complejidad y exigencia del mundo actual, empiezan a ser cuestión de equipos.

Y otras actividades esenciales para nuestra vida, también lo son. Por supuesto la política, también lo es. O, al menos, debería entenderse así.

Porque, tanto en la política como en la vida en general, deberíamos aprender a aplicar más el espíritu del deporte y, en particular, el valor de trabajar en equipo. Además de intentar siempre el juego limpio con el contrario, del deporte se extraen, al menos, un par de enseñanzas.

En primer lugar, que no todas las piezas en un equipo tienen que ser iguales. Si todas lo son, el resultado no funciona. Cada uno tiene un valor que aportar y todos los perfiles pueden sumar.

En segundo lugar, que si a quien juega contigo le va bien, a ti también te debería ir bien. Porque, sumando entre todos, es la única manera de conseguir resultados que, a la larga, beneficien al 'equipo'.

Todo eso, añadido a esos otros valores ya mencionados y vinculados al esfuerzo o la superación que te hacen crecer como persona, tiene como consecuencia que quien los incorpora en su formación se desarrolle de una manera mucho más íntegra. Y ese es el fin principal de la educación según el artículo 27 de nuestra Constitución: formar personas en la totalidad del término.

Por eso, cada vez más las actividades en equipo deberían irse convirtiendo en la médula espinal de nuestra base formativa. De esa manera, cumpliríamos con ese fin que viene recogido en la Constitución, tendríamos mejores personas, mejores profesionales y, por supuesto, mejores políticos.

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