El ángulo oscuro
Cervantes contra el sí es sí
El consentimiento plantea dificultades probatorias ímprobas
Nadie dudará a estas alturas que Cervantes es el escritor con más sutil y hondo conocimiento del alma humana, que despliega a través de personajes universales en los que vemos reflejados nuestros anhelos y sufrimientos más íntimos, nuestras miserias y heroísmos más secretos. Sancho Panza ... toma posesión de la ínsula Barataria (Quijote, II Parte, capítulo XLV) resolviendo algunos pleitos intrincados; y entre ellos uno que, juzgado conforme a la malhadada ley del 'sí es sí', habría tenido un desenlace por completo diverso. Una mujer llega al juzgado, asida fuertemente a un ganadeo rico que, según afirma con grandes voces, la asaltó en mitad del campo y se aprovechó «de su cuerpo como si fuese trapo mal lavado». El ganadero, por el contrario, sostiene que no la forzó, sino que se topó con ella en el camino y «el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos», a cambio de un estipendio. Pero la mujer insiste que no consintió, sino que fue forzada; y Sancho parece creerla, pues exige al ganadero que le entregue una bolsa de cuero con veinte ducados. El ganadero obedece; y la mujer sale del juzgado «haciendo mil zalemas a todos y rogando a Dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas».
Pero Sancho aún no ha pronunciado la última palabra. Apenas la mujer abandona la sala, pide al ganadero que vaya tras ella y le quite la bolsa. Pero el ganadero no lo consigue, pues la mujer la defiende con uñas y dientes. «Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa –afirma, exultante–. ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos, no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones!». Y el ganadero confirma estos alardes, declarándose rendido y sin fuerzas. Ante lo que Sancho dictamina: «Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de doscientos azotes. ¡Andad luego, digo, churrillera, desvergonzada y embaidora!».
En el trasfondo de tan juiciosa sentencia se halla la certeza de que la existencia material de un delito no la pueden determinar aspectos puramente subjetivos e indemostrables. El consentimiento, como ya explicamos, plantea dificultades probatorias ímprobas; y los jueces sistémicos no se atreverán a rebelarse contra los dogmas ideológicos vigentes, convirtiendo el despecho o el cálculo de mujeres churrilleras, desvergonzadas y embaidoras en causa suficiente para enchironar a muchos hombres tal vez viciosos, como el ganadero cervantino, pero en modo alguno criminales. Este –y no el 'macguffin' de las penas rebajadas-- es el veneno que la ley del 'sí es sí' encubre, aunque casi nadie lo advierta. Y eso que Cervantes nos dejó avisados.
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