La vuelta al cole
Miles de pequeñas y pequeños, llenos de esperanzas regresan al cole, con esa mezcla de ganas y difícil desenganche familiar, donde el brazo se alarga intentando nunca soltarse
Nuestra memoria nos somete a búsquedas que, en ocasiones, no son fáciles de situar claramente en el tiempo. No me refiero a cuando avanzamos en el calendario, sumando décadas prodigiosas y abundantes, aludo a la primera etapa de vida. Es quizás aquellas más lejanas ocasiones ... de nuestra primera infancia, las que más trabajo nos cuesta concretar. Quizás también, si están bien cimentadas, las mejor archivadas. La pregunta es ¿cuándo recordamos el primer suceso de vida? Algunos osados hablan incluso del viaje espacial en el útero de mamá, cuestión ésta más que discutible, ya que el desarrollo del cerebro es cuando toca, no antes.
Calculo que, como para la mayoría, es posible recordar confusos paseos embutidos en cochecitos, en mi caso doble, por las calles arenosas y verdes alamedas de cada pueblo, quizás reflejos por fotos. Empujados, asegurados y vigilados por familia o «muchachas de casa». Qué épocas, donde el género era muy poco mimético. Incluso recuerdo con muy pocos años, contar automóviles solo de color blanco y negro, con una mano. Pequeñas fugas hurtadas al control, a campos y ríos cercanos, con el débil peligro de ser conocidos por todos. Pero sin duda, la etapa de los primeros colegios infantiles es la que nutre más nuestra primitiva memoria.
Recordamos sensaciones entonces, más acompañadas de olor y sabor que de imágenes. Regresan a nosotros vestidas de tonos y aromas muy anclados en el archivo mental. Aquellos días de entrada escolar acuden en septiembre, de la mano del hermano o del émulo, siempre de babis. A veces envueltos de una fina lluvia, se resisten a desaparecer de nuestro hangar de existencias. Nunca se borran aquellas clases de tres, cuatro o cinco años: el pizarrín de manteca; la pizarra de ídem; el plumín con el peligroso tintero de cerámica blanca, cuidadosamente llenado, sin gotear, por la verde botella de tinta china; la elegante maestra en su estrado, detrás de su antigua mesa llena de cajones; las primeras íntimas confidencias de amigos y amigas, etc.
El siempre esperado y ansiado recreo, lleno de ilusiones y complicidades, era lo mejor. Los sabores de los vasos de espumosa leche en polvo y triangulito de amarillo queso americano, son como sujetos orgánicos que no se van nunca. También, con quizás seis o siete añitos, la diaria subida hacia el colegio de arriba, dos de la mano con idéntica indumentaria de babis rayados de blanco y azul. Someras nubes en el cielo de la imaginación, que nos retrotraen a los bellos y juguetones momentos de nuestra niñez.
Estamos en la época. Miles de pequeñas y pequeños, llenos de esperanzas regresan al cole, con esa mezcla de ganas y difícil desenganche familiar, donde el brazo se alarga intentando nunca soltarse. La vida continúa con los mismos ritos y ritmos que los que tuvimos nosotros allí. Quizás ahora se llenan de otros colores en las pieles, entonces de un solo tono: el crema rosado claro, no blanco. Ahora es tiernamente esperado el encuentro con el amigo con cara de chinito, de color tostado o cualquier color de la paleta humana.
No cabe duda que esta cita del reencuentro en el diminuto colegio, alimentará nuestra memoria con las mejores llamadas. La renovada existencia de nuestros más pequeños, es la que alimenta el continuo deseo de la vida. La vuelta al cole, supone el resucitar anual de sus ilusiones y las nuestras, en un mundo cada día más complejo y global. Feliz regreso al cole, y que aprendan jugando a querer, mucho más que a memorizar cosas, que el tiempo siempre se encargará de borrar. Cuidaos.
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