Otro verano diferente

Somos seres que sentimos con el calor o el frío. Nos palpamos más vivos, si estamos templados para el disfrute

José María Esteban

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Olvidemos por un largo rato las sumas y las restas y vayamos a lo transcendente. Aunque escépticos con las noticias, ya nadie duda que se estén produciendo transformaciones en los aires terráqueos. Un cambio que denominamos climático, ya que la dura realidad nos hace sentir distintas las etapas del año. En estos últimos lustros, las secuencias de ardores, frialdades y afectuosas tormentas de agua y granizo, nos traen fenómenos extremos. Verano e invierno están apoderándose de las mitades del año, en vez de mantener sus correspondientes cuartillos. Recordemos las gotas frías de la zona del Levante, con inundaciones siempre en Alcira o Alicante, incluso en el Teruel bajo. Eran fenómenos que llamaban la atención en ocasiones, pero sonaban de toda la vida. Ahora, nuevas situaciones se están manifestando como naturales y continuas. Nos hacen pasar los estíos más calientes y mucho más tormentosos. Y lo que es peor, el agua acumulada cada añada en los anteriores nueve meses, llueva lo que llueva, no calma la inquieta y creciente ansiedad por la sequía.

La Tierra realiza recorridos, que se manifiestan en compases cíclicos. Barruntamos las campanas por Navidades; en fechas de las fiestas principales, sean patronales o maternales; la singularidad de una Semana Santa o un Carnaval; una rápida floresta en primavera o el playeo y la vendimia estival. Nuestros biorritmos están impregnados de las estaciones, pero parece que se distorsionan con la llegada de nuevas y raras apariencias del tiempo.

El mejor síntoma para catar un año es el verano, aunque todos son diferentes. Es la ilusión de unas vacaciones algo más largas, que nos sanan el alma cambiando las rutinas. En la calidez, la cercanía de familiares, amigos, conocidos o viajes, nos tallan el espíritu con sonrisas, arrimándonos sabrosos momentos de discreta felicidad. Hasta los desnudos baños, buscados en la parada temporal para recuperar fuerzas e ilusiones en el siguiente tramo, nos desperezan con salinos o dulces sabores. Los veranos, más que ninguna estación, nos procuran la verdad que nos ata a una real y constante órbita, haciéndonos partícipe de sus mutaciones. Somos seres que sentimos con el calor o el frío. Nos palpamos más vivos, si estamos templados para el disfrute.

Cuando sufrimos estos duros rigores, como las altas temperaturas, según vengan los vientos, parece que el mundo se va a acabar. En nuestra tierra, cambian hasta las madres como el levante, que siempre acompaña el alto termómetro. Aquí y ahora, en este maravilloso sur, donde apenas llegamos a treinta grados, la otra madre el poniente no nos deja, y es porque la calima del infierno sahariano nos acecha, impidiendo al anticiclón posarse cerca. Si, gracias al acompañamiento de estos sures y oestes, las tardes y noches se convierten en dulces y placenteros respiros.

Hay un cambio climático, salvo personalismos ya nadie lo duda, pero es verdad que para reinventarnos y sobrevivir habrá que irse adaptando. No solo en el respeto al agua o el peligro de calentamientos, que deben tratarse con cuidado y atemperadas maneras, sino en comprender y asumir lo que está pasando. Lo importante, entre tantos calores, incluso elegidos, es buscar el sorbo y la sombra de una buena compañía. Además de comentar la primera frase: «hoy hace más calor que nunca», nos permite compartir los buenos deseos. Incluso saber, que el inexorable cambio, en estas tierras, donde se vive como en ninguna parte, siempre con paciencia, se podrá soportar mejor. Felicidades a Anas y Joaquines, y mucha salud.

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