Opinión
La Venecia del pipí
«Hay decisiones que al experimentarse deberían revisarse inmediatamente»
Caminar por la ciudad se convirtió en un rodeo y salto de innumerables laguitos. Era muy incómodo el normal paseo con el sinuoso rumbo. En esos reflejos que el sol proponía en cada recoveco o en la larga mirada del horizonte, los destellos de los ... adoquines eran más grandes que las aceras, por sus difusos contornos. Era mirar un cielo bajo, donde el contenido de húmedas nubes grises era más abundante que las secas. La ciudad se llenaba de miles de charquitos, que dejaban el relato claro y delator del recorrido de cada can.
En las horas de salidas, bien muy temprano entre las 8 y las 10 y al atardecer, el ejercito de botelleros plastificados se encargaba de posibilitar el vaciamiento de los activos animales y tratar de evitar su incomodo rastro. Los respetuosos animales, esperaban ansiosos el relajo acuoso y solido necesarios. La biología que los alimenta les apuraba al menos dos veces al día. De la mano de su amo o bien en reatas con varios amigos de paseo, los perritos tomaban las calles y con el cuidado de cada dueño, se llevaba a cabo la recogida de sus desechos y la disolución jabonosa de sus orines.
Cambió mucho la cultura del cuidado higiénico de los perros en esta ciudad. Antiguamente no se recogía nada de nada, ni acuoso ni plástico. Entonces, era una auténtica carrera de obstáculos. Si se pisaba alguna vez el escombro biológico, el aquaplaning nos amenazaba con caer sobre el propio deposito. La aventura de pasear se hacía peligrosa y amenazadora. Ya la ordenanza de mayo de 2022, pone sobre el papel las condiciones que los usuarios de canes censados, deben cumplir en sus paseos sanitarios. Queda clara la responsabilidad del patrón sobre el cánido, y como debe pertrecharse de herramientas y líquidos para, acompañando el paseo, recoger y disolver lo que se excrete. Todo parecía ir a mejor y la esperanza de una mejor limpieza, influía en la correcta y mayor tenencia de perros.
La explosión de compras e infinito deseo de estar acompañado de un animal doméstico, se ha desarrollado desmesuradamente. Hace poco se daban los últimos datos. Hay censados casi 30.000 perros y unos 6.000 gatos. La media en Cádiz es de un perro cada cuatro habitantes. Incluso en algunos distritos, hay más chuchos que habitantes, una ratio bastante alta. Las razones son muchas, quizás la primera, la necesidad de acompañamiento en las soledades e inseguridades, más en una ciudad donde la vejez se ha hecho dueña. También la irresponsabilidad de comprar mascotas como el que compra un juguete. O la apiadada necesidad de acoger seres abandonados, procedentes a veces de la caza irresponsable, como los sumisos galgos, una raza nada urbana. Las razones de tenencia de un guau son muchas y todas respetables. A mí me encantan los perros, pero está claro que la profusión en la ciudad es muy notoria.
Hay decisiones que al experimentarse deberían revisarse inmediatamente. Es urgente disponer de alternativas suficientes con muchos más pipicanes y áreas animales, ahora insuficientes. Podría ser revisado el uso del líquido jabonoso que solo extiende y agranda la meada hasta límites insospechables. No sé si llegaremos a la fregona perruna, porque hay residuos entre líquido y sólido, irrecogibles. Podría ampliarse el control de la normativa y evitar que muchos desalmados dejen en mal lugar a los que las cumplen. O incluso limitar la capacidad urbana para admitir este lote canino. Algo habrá que hacer para no convertir a Cádiz en la Venecia del pipí. Limpiar mucho más es prioritario, y no solo por la invasión de los cachorros. Salud.
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