OPINIÓN

Turistificación

El mercado nunca aplicó la racionalidad en las cabidas de los destinos, generando fenómenos adversos contra los pobladores de los lugares mágicos

La ciudad no resistía las grandes tensiones que se produjeron entre los defensores que valiera todo y los que pedían que hubiera regulación. Nadie puso limitaciones de aforos ni de precios, para el equilibrio entre la calidad y cantidad. Años difíciles, donde el frente económico ... externo lograba enfrentar al ciudadano. Aquello suponía un esperpento urbano nunca conocido antes. La vida de las ciudades es un continuo aumento de población según los ritmos y modas sociales. Últimamente se les superponen capas de fenómenos externos, congregando gran afluencia de público sin fin, que generan muchos problemas. El crecimiento natural de las ciudades se fue adaptando suavemente a sus necesidades. El ciudadano hizo su ciudad y la sentía como propia. Pero sufrir en menos de media generación un cambio tan drástico sobre sus ritmos vitales, no se podía asumir. Los duros giros económicos y espaciales hurtando el disfrute de la ciudad al lugareño, venían a remplazarlo.

Los epílogos siempre se hacen a toro pasado. No somos capaces de conocer la deriva de los movimientos sociales, hasta que te desbordan envolviéndote y arrasándote, como gotas de un sunami. Los fenómenos de la turistificación, han surgido por las apetitosas estéticas, atmósferas y gastronomías de nuestras atractivas ciudades. Han provocado la catarsis de miles de personas ajenas a la ciudad, que sin saberlo ni quererlo, dislocan los equilibrios. Los cambios urbanísticos para alojarlas, por la sibilina y anónima inversión de fondos extraños a los requisitos de la propia ciudad, se han inoculado como perversa vacuna contra el propio corpus urbano.

Fue Venecia quien ya alarmó al mundo por convertirse en un disparatado parque temático. La ciudad dejo de pertenecer a sus creadores. El nacimiento de la cultura turística patrimonial devoradora de todo, por apetitoso y ahora muy rentable, impidió poner controles para mantener las escalas de los valores urbanos. El mercado nunca aplicó la racionalidad en las cabidas de los destinos, generando fenómenos adversos contra los pobladores de los lugares mágicos.

Las inversiones de fondos, pensiones, bancos muertos o negocios nada claros, dirigió sus destinos a la rentabilidad de los pisos turísticos. Sus motivos y orientaciones son completamente opuestos a las prioridades de la ciudad. Los asuntos de los ciudadanos siguen sin resolverse y eso calienta el conflicto. Esos dineros ciegos, de dudoso y desconocido origen, se dirigen certera y dañinamente hacia la codicia de las mayores rentabilidades, alterando los ciclos naturales.

Los déficits de viviendas de las ciudades turísticas, su escasa empleabilidad, que no sea la sacrificada hostelera, lo limitado de sus espacios y la falta de previsión urbanística, producen un duro rebote al alza del poder adquisitivo. Es evidente que esas graves diferencias entre autóctonos y extraños, obligan al desalojo del natural.

La solución, no es solo regular de forma estricta y controlada la capacidad que cada ciudad tiene para admitir turismo, sino en resolver sus necesidades sociales antes de que lleguen movimientos invasores y déspotas. Nunca se ha compensado al que aquí siempre vivió, ni por ello se le cobró menos. Las leyes como las tiritas, van siempre por detrás de los problemas, pero deben resolverlos. Nunca es tarde si se pueden alcanzar las justas medidas. Hay que establecer el modelo de ciudad y su entorno, medir cuantos queremos vivir aquí y cuantos cabemos. Y lo más importante: obligar a retener las plusvalías para resolver los déficits que distorsionan las reglas naturales de la vida. Salud.

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