OPINIÓN
El tsunami que viene
Empiezan con pequeñas maledicencias, con agobiantes malas formas, continuas faltas de tolerancias y una carencia total de entendimiento
El paso de cualquier desmesurada gran ola, barre con su poder todo lo que encuentra. Como una sólida masa de continua energía, vence cualquier obstáculo machacándolo, como el que quita una miga. Los fenómenos destructivos se forman con iniciales movimientos, pequeños, lentos pero muy bien ... generados. En su discurrir se envalentonan llenándose de fuerza consiguiendo arrasar a su paso, todo lo logrado con tiempo y trabajo.
Las crónicas de los que nos han contado estas grandes olas, bien por referencias o porque las hayan vivido, dicen que los tsunamis son como organismos vivos de suaves e inciertos horizontes que, vistos de lejos apenas dan un miedo real. Una inconsciente despreocupación que no se sostiene, pero que somete duramente a quienes se ponen por delante. Cuando van acercándose, poco a poco, inexorables, como una densa masa viscosa enredada en sí misma, es cuando nos damos cuenta de lo que supone esa acumulación de fuerza incontenible.
En estas tierras este término, tomado modernamente del japonés, que viene de tsu puerto y nami ola, nos es muy conocido. No por habitual, sino porque como las lluvias, aunque tarden más o menos, siempre terminan por llegar. Los historiadores los llamaban maremotos, marejadas o grandes mareas. Las mareas normales que se suceden cíclicas y amables para que el circulo de la vida costera siga su rumbo, son como entidades amigas. Muy pocas veces se ponen inquietas y desagradables si no es en pasajeras confluencias de fuertes vientos o tormentas y la influencia de la luna. Las mareas son las diarias y gratas compañeras para pescadores y viajantes marinos, con las que es bueno llevarse muy bien.
Cuando esas grandes olas, precedidas de terremotos y bajamares intensas, se convierten en tsunamis de consistencia imparable y destructora, las cicatrices y deterioros son imborrables. Sabemos que el último fue el de Lisboa en 1755, y según los datos conocidos pasan de visita cada 150 años, o sea que el próximo ya tiene un retraso de casi 120 años. Ya se ha escrito y dicho mucho de cómo podemos prevenirlos para que los efectos sean más llevaderos. Sobretodo los personales, con las detecciones precoces y el conocimiento de los sitios más cercanos, seguros para evitar calamidades.
A mí, les confieso verdaderamente, lo que me da miedo son esas otras olas, menos naturales y más artificiales e inhumanas, que tienen los mismos síntomas y que pueden causar grandes daños sociales. Empiezan con pequeñas maledicencias, con agobiantes malas formas, continuas faltas de tolerancias y una carencia total de entendimiento. Nunca se sabe cuándo van a terminar de romper dañinamente. Lanzados los desmesurados e incongruentes sinsentidos entre unos y otros, se van amontonando y engrandeciendo a cada momento. Como un pestañeo de ojos, que no de placas, los rumores y la falta respeto, verdad y criterio de opinión, se van convirtiendo en verdaderos y peligrosos tsunamis.
Los que pensamos que la democracia es, sin duda, el mejor de los sistemas para que las sociedades se lleven bien y avancen, nos inquietan las arriesgadas olas que ahora avanzan contra ella. Temo que esta impresentable política y malentendida cuestión de poseer las taimadas verdades, sean insoportables fuerzas vencedoras. Si no las paramos, no solo debilitarán los sólidos puertos en que nos hemos situado, sino que los derribarán pereciendo con ellos los mejores principios, que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir. Esperemos que las olas no se conviertan en tsunamis. Salud.