OPINIÓN
Los trenes públicos
ádiz nunca fue afortunada en la facilidad de transportes a la inmediata península. Eso de estar al final del pasillo, te convierte en un juguete, como un hermano pequeño, incapaz de hacerse respetar
La estación se hacía enorme e interminable en una espera igual de desmesurada. Las caras de los transeúntes y posibles viajeros se mudaban de color y ceños fruncidos a cada llamada del, escasamente audible, altavoz del hangar. En cada información lo ponían peor. Fueron pasando ... interminables minutos de desesperación y tedioso giro del minutero en el gran y plano reloj ferroviario. El tránsito, por evocar algo que debería moverse, se preveía inseguro y aspirante al arcano de la suerte.
Muchos de los previsibles viajeros, entre facilidades de abonos y precios para jubilados y jóvenes, por su desleal uso, hacían imposible la adquisición de billetes en taquillas. Todo estaba completo. El vestíbulo de compras se llenaba de opositores aspirantes a disponer de una autorización para viajar. Taquillas que a veces te refractan dirigiendo las preguntas adquisitorias hacia las incomodas e ininteligibles ventas por máquinas dispensadoras. Era como sumergirse en otra jungla imposible. La mitad o no funcionaban o tienen truco de entendimiento. Cada vez que me ha acercado a una máquina, para evitar las enormes colas que siempre se forman en la venta presencial, más largas cuanta más urgencia tienes en tomar el tren, se convierten en el montaje de un complejo mueble de Ikea sin folleto. Aplicas el dedo en lo que entiendes que debe ser tu billete, pero te expones a confundir cercanías, Trambahía o corta distancia. Nunca estás seguro de lo que estás comprando, ya que la máquina te guía por un proceloso mundo de botones virtuales donde ella diga. Nunca das con el adecuado. Menos mal que al final, recurriendo a la noble funcionaria que, con buen tino y trato, sabiendo estas complicaciones, te corta el nudo gordiano consiguiendo tutorizar el éxito del permiso.
Entre algunos retrasos, falta de trenes y complicaciones de los que teniendo cupo no utilizan sin avisar los lugares que les asigna el algoritmo, montarse en ellos va siendo una odisea, Los funcionarios, que ya no sabes si son de Renfe o de Adif, se confunden, y es verdad que vamos a una cierta incertidumbre del servicio ferroviario. Cádiz nunca fue afortunada en la facilidad de transportes a la inmediata península. Eso de estar al final del pasillo, te convierte en un juguete, como un hermano pequeño, incapaz de hacerse respetar.
Los impresentables farallones de las murallas de Puerta de Tierra nos reciben, que ya les vale a Adif dedicar unos pocos recursos y embellecer la entrada a la ciudad, con esta impresentable tarjeta de llegada. La colocación de la estación en el relleno rescatado al mar, junto a la de autobuses justo en la salida al nuevo y bellísimo puente de la Pepa, es una buena implantación como intercambiador natural que debe ser. Pero esa desmesurada nave-estación término, que la adecuada y sencilla Aduana Nueva hace más discreta, no lo hará con el mamotreto de hotel que saldrá como un dragón de cinco plantas sobre el reciente mausoleo, al tiempo. Durar también hora y media o más a Sevilla, como cuando se inventó el tren en esta ciudad, no es de recibo. Es urgente que el AVE llegue hasta aquí,
Los gestores y funcionarios no tienen culpa de la situación cada vez más deteriorada del servicio, son lo mejor del sistema y son cada vez menos. Si queremos evitar caravanas y atascos interminables, esto debe mejorar. Lo digo por experiencia propia porque, entre tardanzas, trenes viejos, pocos y colapsos de billetes, se está convirtiendo este moderno medio de desplazamiento, en una dificultosa y rechazable aventura. Salud.