opinión
Lo sostenible... Ese objeto de deseo
«Seguimos usando materiales de construcción y de información no degradables, por más que se etiqueten como reutilizables»
Una palabra ocupa un gran protagonismo en nuestras conversaciones e intercambio de ideas. Esa palabra es «sostenibilidad». Según la biblioteca digital, la primera vez que se utilizó dicha palabra fue en 1987 en el informe Brundland: 'Nuestro futuro común', tomando entonces el nombre de la ... primera ministra de Noruega. Fue elaborado por 22 miembros de 21 países, de la ONU. Entonces se tomaba conciencia de los perversos efectos del desarrollismo económico, frente a la necesidad de argumentar lo medioambiental como freno a sus contradicciones. Verdaderamente el origen estuvo en 1972, en una conferencia sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo.
Múltiples congresos y encuentros se han ido produciendo en el mundo mundial sobre cambio climático y sostenibilidad. Podemos destacar la Declaración de Rio de 1992, la de Glasgow en 2021 o la reciente conferencia en Lisboa sobre océanos.
La intención es llegar a consensos sobre una menor emisión de gases; descarbonización; impulso de energías sostenibles; tecnologías aplicadas a la mejora del medio ambiente, etcétera. Casi todos los realizados, hasta el último, en eso no me quitarán la razón, más frustrantes que eficaces.
Hoy nos seduce el pin redondo en forma de quesito trivial con 17 trapecitos de muchos colores que solemos usar, más los políticos porque luce mucho. Es el icono de la Agenda 2030. Esas 17 tareas, también denominadas Objetivos de Desarrollo Sostenibles, las familiares ODS, se propusieron en 2015 por los 193 miembros de la ONU, buscando una prosperidad respetuosa con el planeta. Búsquenlos y estúdienlos, es importante que los conozcan.
La esperanza de un acuerdo entre los líderes para mejorar la calidad y respeto por nuestro hábitat planetario, se hace más lejana. El poder va a lo suyo y no le importa masacrar, véase lo que ocurre hoy. Es verdad que hay mayor concienciación en las evidencias, pero no cala con la intensidad cultural que debiera. Los ritmos y conceptos del cambio necesitan un tiempo, no solo económico y prudencial, sino para la implicación de todos. Hoy con la guerra y sus costes, todo esto se coloca en segundo término.
La sostenibilidad: ese oscuro objeto de deseo, nos sigue pareciendo cuestión de otros. Es usada asidua y arteramente como coartada para seguir convenciéndonos de lo que no es. Quemamos más hidrocarburos, porque no se liberan las patentes de hidrógeno o de agua para una energía más barata, limpia o alternativa. Seguimos usando materiales de construcción y de información no degradables, por más que se etiqueten como reutilizables. Consumimos más y más papel y más y más plástico, porque nadie se niega, por ejemplo, a comprar en una empresa rápida de sonrisa engañosa, con nombre de río, que nos mete en casa a punta pala, embalajes de cartón y polímeros, incapaces de ser digeridos. Ya casi todo es fatalmente sostenible, para algunos incluso las armas y las islas de basuras.
Estos ODS tan maravillosos, están lejos de alcanzarse. No somos capaces de frenarnos, las olas nos superan. La cultura de la transformación debe entenderse también como mutación personal. No se trata solo de encuentros que los países utilizan ficticiamente como una clara limpieza de conciencia e imagen.
Depende de que cada uno de nosotros en cada implicación con el medio ambiente, hagamos lo necesario para dejar menor huella en el suelo que pisanos. Sencillamente, para que los que vengan lo encuentren más sano y limpio. Así que cuídense, y preocupémonos de nuestra bolita azul.