¿Sabremos construir un mundo mejor?
La reciente caída del techo de las Esclavas es un ejemplo más de lo que no debemos permitir
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La caída del techo y derribo de la capilla del colegio de las Esclavas nos hace pensar sobre nuestra impotencia ante ciertos hechos. Los arquitectos sabemos cómo construir y su debida permanencia. Estudiamos duramente para ello, asumiendo una gran responsabilidad. A veces nos tocan derribos ... procedentes en su mayor parte de ruinas inminentes. Una inminencia que nunca es posible predecir, cuyo miedo para evitar riesgos nos hace tomar el camino corto deteniendo su peligroso uso. En esta ciudad, como en muchas, el inútil derribo fluye con ansiedad y voracidad ilimitadas.
Los edificios nacen para servir con seguridad y durabilidad. Según el Código Técnico de la Edificación, deben durar un mínimo de 50 años. Ocurre que, por una mala cultura de cuidado y mantenimiento, convertimos una vida útil en un proceso contradictorio. A veces tomamos decisiones derribando inmuebles indolentemente, para especular con sus solares y servir de moneda de cambio económico. Muchas para esconder intereses del tapete del monopoly, que tanto gustan a los promotores con los representantes del pueblo.
La arquitectura, como casi todo en estos momentos, se somete inexorablemente a producir edificios sostenibles y saludables. Exigiendo costes bien elaborados y controlados por los obligados caminos de la sostenibilidad, solidez, salubridad y ahorro energético. Los recursos de nuestro planeta son finitos. Nadie podría suponer, por ejemplo, que después del agua, el material más utilizado en construcción es la arena, que constituiría un yacimiento material casi inagotable en fondos marinos, desiertos, lechos de ríos y vaguadas. Es utilizada en un volumen que no imaginamos, aunque no toda buena para construir. La de la playa contiene sal enemiga de los fraguados; la de los desiertos por un rodar que las redondea no anclan con los materiales que componen el hormigón, etc. Es también un recurso inerte que se agota.
Hay que pensar que las arquitecturas de las futuras ciudades deben enfocarse a un mejor destino. El suelo es finito; las energías cada vez más caras y cambiantes, y los materiales deben servir con la calidad que honestamente se les otorgue. En este ciclo de inquietud y escasez, debemos ser responsables en el tiempo y el espacio. Hoy el mundo se autoderriba en guerras y encuentros continuos. Hemos construido un mundo sin temor a nada, solo pensando en el atractivo, engañoso y perverso diseño que marca el poder. Gastando enormes cantidades de recursos y olvidando el concepto de reutilizar. Hay que parar de tanto hacer y repensar lo hecho.
Como también dice la arquitecta Beatriz Sendín: hay que concluir respetando más lo necesario; no hacer más, sino hacer bien; no quitar, sino mantener y cuidar lo recibido; incluso no tocar lo que funciona, adaptándolo, porque ese es el auténtico respeto a vivir. Hoy, al menos en Cádiz, hacemos lo contrario, tirándolo todo con pólvora del rey.
La reciente caída del techo de las Esclavas es un ejemplo más de lo que no debemos permitir. Esa capilla, usada hace menos de un mes y gracias a Dios cerrada impotentemente por el arquitecto, por el aviso de las amigas grietas, nos congrega sobre lo inaceptable. No se mantuvo ni cariñosa, ni adecuadamente. Podría haberse apuntalado, si hubiera sido posible, para una correcta y menos costosa rehabilitación. Este dislate, es el seguro resultado de tanto bienestar, tanta pompa vana y tanta dejadez con nosotros mismos. ¿Sabremos a partir de ahora, construir y respetarnos más racionalmente? Salud.