Lo que no sabemos nos lo inventamos
Cada vez que rescatamos cualquier osamenta que el tiempo dejó en el camino, lo auténtico es conocernos mejor
Los restos aparecían por doquier. Todo era un amplio yacimiento en el que no cesaba de aparecer miles de fragmentos de toda la vida. Era tan somera la capa, que cada leve movimiento de tierras, dejaba asomar la huella acumulada de densos episodios de nuestra ... estirpe. En este mundo cultural, todas las ciudades de hoy y las que están por descubrir, han dejado un gran surco social en nuestro pretérito. Los que hemos estado cerca de hallazgos arqueológicos, pero no queremos ser arqueólogos, sabemos que hay tanto por descubrir, tanto sobre lo que estudiar, que a veces es mejor tenerlos protegidos por enterrados. Es mejor que solo latan debajo, antes que desaparezcan sin estudios concluyentes. Cuando una hoja de piedra se pasa y se rompe, nadie sabe el daño que se produce si no se documenta y valora.
Walter Benjamín, uno de los ilustres filósofos de origen judío más importantes en el paso del siglo XIX al XX, necesita hoy ser releído. Sus teorías objetivando sus mejores logros, en una nueva visión de Marx y Engels, escudriñan los resortes que los hombres y mujeres hemos ido dejando a lo largo de nuestra civilización. Benjamín sugiere que el tiempo va depositando el pasado como «escombros» del ser humano. Entendidos como inertes, nunca pueden rescatarse si no lo son desde una visión menos materialista. Decía: «El modo social debe huir de enajenaciones y dirigirse hacia lo más favorable para el pleno desarrollo del ser humano». En las practicas actuales, el valor social en nada coincide con lo prudente o deseado. Todo discurre por destinos cada vez más inestables e inciertos.
La optima manera de entender la herencia histórica, no lo es solo desde la gestión de los sorprendentes restos materiales. Necesita ser asumida desde la importancia de sus óptimos legados. Es decir, deberíamos comprender, en lo que esta aventura nos deja, más de su Humanidad y menos de su necesidad. Cada vez que hagamos un hallazgo cultural, busquemos en esos suelos lo que mejor nos transmite su ayer. Así, parafraseando a Alvin Tofler, podremos aprender de lo cruel pasado, para superar este presente y enfocar honestamente nuestro futuro.
Sin grandes aspavientos filosóficos, metafísicos o fuera de acentos políticos, las teorías de Benjamín nos debieran servir para digerir mejor lo que sucede. Cada vez que rescatamos cualquier osamenta que el tiempo dejó en el camino, lo auténtico es conocernos mejor. Evitaríamos graves descalabros y exceder el limitado prejuicio de nuestra racionalidad. Seguimos insistiendo en duros desencuentros y no aprendemos de los golpes del pasado.
Explicar los contextos y relatos de la historia, convertidos en arqueología colectiva, no cabe duda que lo son, en parte, por lo que suponemos que fueran. A veces, con todo mi respeto, por falta de estudios, investigación o personalismos mediáticos, para ser más protagonistas que los propios personajes encontrados. Nadie vivo fue testigo directo o hizo su ofrenda en el templo de Hércules, por ejemplo.
Hay un pensamiento muy arteramente utilizado en algunos contextos: «Lo que no sabemos, nos lo inventamos». Esa huidiza y peligrosa frase que encierra el presente más inconsciente, no debe ser el producto de nuestra herencia. Quizás tengamos que concluir diciendo que no hemos sido capaces de aceptarnos como somos. Que nuestra bioquímica guerrera, puede inexorablemente más, que nuestra acumulada y esforzada Cultura. Nos sigue faltando una reflexión respetuosa de cómo somos, aplicable desde que vinimos a este planeta. Dedico esto a Javier Marías. Cuidaros.