OPINIÓN

Querer ser monumento

Las catedrales, murallas, palacios y nobles edificios civiles, hechos de pura piedra, querían defender, alojar y hasta subir a los cielos a sus moradores

Su esqueleto exterior se encontraba muy deteriorado. Las caries estructurales le comían las entrañas. El edificio no llevaba tantos años construido, pero los achaques del tiempo y las sales se cebaron con él, más que con otros más antiguos. Era una defunción anunciada. Las esmeradas ... intenciones que tuvo aquella arquitectura y para las únicas que se pensó fueron, su función y belleza. La construcción, tersa, delgadísima, transparente y traidora como una mantis, se debatía contra su propia naturaleza, renunciando claramente a su futuro.

El relato de muchos edificios se soporta en su valor constructivo y sobrecalculado que prolongan su vida por encima de lo pensado. Eran inmuebles, que poseían el concepto de ser potentes y duraderos para constituir modelos. Las catedrales, murallas, palacios y nobles edificios civiles, hechos de pura piedra, querían defender, alojar y hasta subir a los cielos a sus moradores. También, como valor de poder, sobreponerse a los envites del tiempo para pertenecer, como patrimonio, a su sociedad. Estos edificios, contundentes por su durabilidad, fueron pensados como referencia para todos; con el tiempo y las culturas sociales, consiguieron convertirse en Monumentos.

Para que un inmueble sea mantenido y protegido por la sociedad, debe ser asumido por ella como parte de su esencia. La historia de la conservación y restauración para convertirlo en Patrimonio, es decir testigo continuo y duradero de las identidades sociales, es un logro, repetimos, de la Cultura. Se ha debatido entre la labor de los ciudadanos por mantenerlos y la necesidad de que ese coste lo soporte el común o algún sensible privado. Una Cultura que parió las leyes de protección del Patrimonio Histórico Artístico, a través de muchos debates y pérdidas irreversibles por la mano del hombre y del tiempo. En España tenemos una ley estatal y otra por cada región, como si el Patrimonio sintiera de dieciséis formas diferentes. Las normas reconocen, a través del desarrollo de las sociedades, elementos urbanos y rurales que son valores permanentes de la sensibilidad del ser humano. La republicana Ley del Tesoro de 1933, certera en objetivos y criterios, declaró monumentos el 95% de los actuales edificios protegidos, parando la pérdida por deterioro y la burlona venta de sus piedras al extranjero. Salvado el periodo franquista, -mira si fue buena la ley republicana-, nace la vigente Ley del Patrimonio Histórico Español por R.D. 111/1986 y sus derivadas autonómicas. Nada mejor se ha hecho desde el pasado 1933, sólo pocas declaraciones y la consideración de los entornos.

Por ello, que el DOCOMOMO, o sea el catálogo defensor del Movimiento Moderno, quiera convertir en monumentos los recientes edificios, es una paradójica lucha contra la propia entidad de estos magníficos, pero enclenques ejemplos de la arquitectura racionalista. Fueron diseñados y presupuestados, no para durar toda la vida, sino para existir en sus debidas funcionalidades, estéticas y económicas. Se erigieron para ser útiles y elegantes, pero quizás no, como testigos duraderos de la historia. No cabe duda, que algunos deben ser conservados, y hasta figurar como monumentos de la contemporaneidad, pero en contraposición a los citados en el párrafo segundo, su permanencia es muchísimo más costosa. A veces no se puede ir contra la propia índole de escasa eternidad o valor permanente. Su carácter pasajero les condena. Ejemplo: Entrecatedrales; los Palos, la Pérgola, Cómico…etc. Es como los gobiernos. Salud, y protejan el Patrimonio común.

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