OPINIÓN
Paisajes eternos
Juntos debemos obtener los mejores frutos, producidos por las personas, los aires, las aguas y los soles de nuestra tierra
La panorámica permanecía idéntica a las comprendidas hacía ya mucho tiempo. Quizás el crecimiento natural de unas zonas sobre otras, pintaba paletas de colores más claros sobre los reducidos verdes y los amplios marrones. Los caminos, seguían llevando a los humanos, durante muchos siglos, a los mismos sitios. Es la silenciosa forma de entender el verdadero paisaje, casi inamovible en el tiempo. Las densidades seguían creciendo, lo rural apenas se movía, cuanto menos disminuía en presencia.
Los estudios que se ha hecho sobre el paisaje como fenómeno Histórico-Cultural, en los que destacamos últimamente el magnífico libro de Carlo Tosco: «El paisaje como historia», traducido del italiano por nuestro amigo y próximo catedrático Emilio Martín, nos traslada a las esenciales historias de los sitios vividos por el hombre. Estudia concienzudamente como interaccionan pluridisciplinarmente, humanos y territorios, generando conductas e imágenes que no son sino la presencia histórica material e inmaterial de nuestros pasos. Es contar la historia de la Humanidad a través de las huellas y las señales generadas en los suelos vividos. Eso que permanece siempre y se convierte en la maravillosa Cultura, que genera la herencia más profunda y duradera.
Hay intenciones que quieren poseer esos lugares y hacerlos suyos, por encima de las contundentes realidades que el tiempo se encarga de almacenar. Los términos de izquierdas o derechas, -ya bastante endebles como generadores de felicidades y justas riquezas permanentes-, hoy se han querido transformar inútilmente como progresismo y conservadurismo. Late en ellos los antiguos esquemas de contraposición sociológica, que sólo han generados frustraciones en los parajes habitados. Alimentan sólo el poder de los que los sostienen.
Mi reflexión se dirige a entender cómo las mujeres y hombres que poblamos estos territorios, de los que somos absolutamente temporeros, no hemos sido capaces de reconocer las mejores direcciones de los sembrados. Nos hacen creer que esas dos formas de entender la política social, son diferentes. Se mantienen por el hecho de sus propios enfrentamientos. Les interesa inocular la conciencia de que una es mejor que la otra, obteniendo resultados a menudo ficticios y poco generadores de ilusiones comunes, para vivir con garantía de felicidad.
Los conceptos como partes opuestas, siempre han sido presencias indisolubles de un mismo cuerpo, como las manos, los brazos o las piernas. En mi opinión, - siempre sujeta a la duda de la propia realidad-, creo que debemos reconocer que las partes, que quieren hacernos ver como contrarias, no lo son en absoluto, sino que están poseídas por un único, simétrico e indisoluble sentido del equilibrio. Por lo tanto, pertenecientes al mismo concepto integral de vida y paisaje.
Para ser más concreto, el peligro de recibir las propuestas de estas ideologías como contrapuestas, lo único que ha permitido es dejar huecos en los que puedan colocarse ramas de injerto impropio. Lo frutos recibidos así, son contrarios a los connaturales sabores del espacio compartido. Las ajenas implantaciones se aprovechan de estas grietas del árbol común, propiciando un retroceso social. posible y dañino. Trasladan conceptos perjudiciales, a nuestras verdaderas herencias, que sostienen la auténtica Cultura del entendimiento de la Humanidad. Debemos estar atentos al arado. Los sólidos surcos deben sostener paisajes eternos. Juntos debemos obtener los mejores frutos, producidos por las personas, los aires, las aguas y los soles de nuestra tierra. Salud.