Opinión
La normalidad informativa
Esta sociedad de la tecnología del «ya mismo» nos educa para estar continuamente esperando que llegue una noticia y convertirla en loca pasión de las redes
A base de hacerlo todo noticia de impresión nos vamos olvidando de la sencilla y llana naturalidad de las cosas. Cualquier asunto que sin duda merece una atención noticiable, y no seré yo quien la desmerezca, se distribuye en primicias que pierden la voluntad de informar. Se someten a la necesidad de una notoria explosividad para servir a otros intereses. Ocurre últimamente, como le ocurrió al fax, nació sólo para lo urgente e importante, y en breve se convirtió en el mensajero de todo, porque todo era inmediato y acuciante. Salvo ocasiones desproporcionadas como la reciente DANA, la celeridad enfermiza impide darle la lógica y propia escala que las informaciones deben tener. Llegan raudas, contundentes y rápidas a las mentes, que las leen o escuchan sin la contención y asimilación que merecen.
Esta sociedad de la tecnología del «ya mismo» nos educa para estar continuamente esperando que llegue una noticia y convertirla en loca pasión de las redes, envolviéndolas en un protagonismo fatuo e insano. Descomponemos la dimensión de simple acontecimiento que debiera ser, para participar del banquete mediático.
En estos días, como ejemplo, se ha llevado hasta la universalidad, la denigrante actuación de alguien que, figurante de unos pocos, ya presentaba maneras desde hace mucho tiempo. Era cuestión de esperar que su continua metedura de pata y falta infame de respeto, aumentada en sus impresentables decisiones, fuera ya carne de justo juicio final. La paranoia está hurtando el verdadero gozo y logro de nuestras inmensas deportistas en el mundo mundial. Esa hazaña quedó totalmente ensombrecida por una imagen deleznablemente maleducada de asquerosa naturaleza, y un pico no consentido, que demuestra lo lejos que estamos de la igualdad.
Por fin en estos días han llegado las lluvias. Llegan con una contundencia que también viene avisando de hace tiempo. Esa es la gran noticia: que por fin llueve. Vivimos acongojados desde hace meses y apretados en cada telediario, por la justificación de la subida de los supeprecios del aceite y todo lo demás. Que buenas coartadas, cuando no es el agua, es el petróleo, y quizás algún día sea el aire. Pero estas lluvias, nos saludan no en son de paz y buena ventura, sino con calamidades por su intenso volumen en reducido tiempo. De esta forma no permite que se valore positivamente esa posible rotura de la sequía, que ayude a normalizar el mercado. Ahora la noticia son los desastres de inundaciones y los problemas que la Dana, con sus castas toas, origina.
Nos tenemos que acostumbrar a saber que va a llover de otra manera, prever los daños y también disfrutar de la alegría con la llegada de las aguas, después de tanto tiempo secos. Mayores esperanzas sobre como poder detener esas aguas del mar celestial y poderlas gestionar óptimamente. Desde que nacimos a la sed, seguimos sin hacer lo posible porque vaya al mar solo lo que corresponda, el resto debe quedar bien cosechado, para gargantas y campos. Y por supuesto, conocer de verdad donde nos colocamos, para no sufrir los estragos.
Por eso y muchas cosas más, esperemos que pronto, los cauces de determinación de la urgencia de las noticias sobrevaloradas y enormemente inclinadas al sensacionalismo, se decanten hacia la normalidad informativa, Más equilibrio transmisor en su justa medida. El propio periodismo sabe que este asiduo y casi único proceder, es funesto y contradictorio con la propia profesión, pero el sistema no impulsa lo mejor, sino que favorece lo más rentable. Salud, y que llueva que llueva…