OPINIÓN
Un mejor Carnaval
Nuestra fiesta se convierte desde hace años, en un conclave de libre abducción para el descorchado callejero. Un espectáculo atractivo e inagotable, donde las responsabilidades se disipan a medida que aumenta el gentío y el etanol en la sangre
Comienzo diciendo, que soy de estas tierras y siempre me ha gustado mucho el carnaval. Lo he disfrutado cantado, vestido y 'tipado' incluso con premios, con la satisfacción del que disfruta una verdadera y legítima libertad.
El carnaval es necesario, no solo como previa válvula ... expansiva de una época «controlada y austera» cómo sería la Semana Santa, sino porque disfrazarse, es una necesidad del ser humano. No debemos estar contentos con lo que nos toque vivir. Debe prevalecer un espíritu inquieto, lleno de retos y expectativas. La humanidad debe buscar nuevos rumbos, aunque sea disfrazado y conocer sus propios límites y texturas. El disfrute compartido como otro yo, requiere la aventura de lo incierto por suceder. Es eso, la necesidad de buscar una forma posible más ocurrente, feliz y alegre en la vida. Los subconscientes emergen desdibujando las fronteras de nuestro conocimiento común. Pero antetodo esa forma, aunque descontrolada, debe ser respetuosa con la máscara temporal de los demás, que también tienen derecho a ser lo que quieran ser, o no ser.
Decía Dostoyevski: «Hasta la misma fantasía tiene sus límites». Disfrutamos cada vez más y diferentemente estas fiestas megalúdicas, casi infinitamente libérrimas. El carnaval toma rumbos bastante atiborrados y por ello inseguros. Un reclamo ancho y sonoro para disfrutar de la dicharachera calle, -con lo que nunca diríamos en público-, a precio de costo: chapa o libreto de a euro. Nuestra fiesta se convierte desde hace años, en un conclave de libre abducción para el descorchado callejero. Un espectáculo atractivo e inagotable, donde las responsabilidades se disipan a medida que aumenta el gentío y el etanol en la sangre. Cuando se muere de éxito, vienen tantos, que tienen que irse los de dentro. Son cada vez más los que desisten al no compartir los estruendos y el desbarajuste público, donde se confunde el espectáculo con lo grosero e incívico.
Que si, que la fiesta tiene categoría artística imposible de alcanzar en otros sitios. Que sí, que las agrupaciones nos hacen hasta llorar y reír, como si estuvieran meciendo un tótem. Que sí, que el teatro colorao es el templo de devoción inmaculada, vistosa e ingeniosa por el espíritu divino del tango, el pasodoble y cuplés a porrillo. Que sí, que estas fiestas suponen en el mundo mundial el gran atractivo, donde todos nos comportamos como iguales y la feliz transfiguración se comparte sin prejuicios y sin más engaños que un astuto antifaz. Que sí, que también el talento de nuestros letristas y músicos alcanza brillos y cimas estelares. Pero sin olvidar que, en esta tierra, para estar a la altura de un premio legal o un brillante sarcasmo callejero, debe haber un previo y esforzado tiempo de dedicación, que es más principal para el carnaval, que para otros temas de la ciudad. Para unos más que para otros. Se dice, pero solo queda ahí …
Debiéramos controlar aforos, seguridades y reducir estrepitosas discotecas en las calles y plazas por la noche, a partir de ciertas horas. Deben tener sus límites para ciudadanos que viven cerca, necesitados de calma. El ruido imposible tiene mejor sitio en el frente portuario. Siguen faltando aseos, ya que somos y bebemos mucho. Faltan papeleras, que nadie vacía. Falta un mínimo control y respeto urbano, para que esta fiesta sea un auténtico y feliz escenario que evite un gran susto algún día. No debe ser solo al final, un lastre de charcos, latas, botellas y mierda por los suelos. Los perros por los cohetes, son hasta más respetados que los ciudadanos…Salud, que aún quedan los jartibles.