OPINIÓN

La marea marrón

«Esa tonalidad es pausada y muy atractiva, a veces nos inunda aquí, cayendo mojada desde el cielo con el viento que la trae»

Los colores en las ciudades son los elementos más identificativos de su sensible alma material. La combinación del color y la luz definen las formas de manera nítida y peculiar en cada lugar. Esos tonos que viran con la orientación del sol, ofrece a sus ... habitantes la correcta manera de conocerla y disfrutarla. Los colores, salvo que sean hirientes por el sol o sus reflejos, no suelen ser dañinos, sino todo lo contrario. El arco iris, que es la paleta universal, definió sus tonalidades de una clara luz solar, que se descompuso refractándose en un arco heptacolor. Son los tiempos tonales del universo conocido. El rojo: la sangre; el azul: el infinito, el amarillo: la piel; el verde: las plantas; el naranja: la alegría; el violeta: la mezcla rara de la sangre y el infinito. Las gamas tiernas y suaves dan tranquilidad y las cálidas dan ánimo y viveza. Todos tienen su valor y claro significado sensitivo.

La historia de la Arquitectura, se ha nutrido de una amplia e inteligente utilización tonal, suministrada por los ambientes sobre los que se posa. Suben como recrecimientos terrenales hasta sus superestructuras, con las cálidas, raras o duras tonalidades de sus tierras. Cada sitio impregna con su color, el resultado de la radiación específica, con una onda determinada, por expulsión de los demás. Los suelos se muestran muy amplios y variados en el color, por sus minerales. Así lo manda madre planeta y así deberá ser por los siglos de los siglos. Tanto el blanco, que es el no color, porque no asume ninguno propio, como el negro que atrapa todas las tonalidades en el oscuro vacío, son los singulares para su uso. Los colores en la arquitectura, siempre se han expresado como la otra cuarta dimensión. Incluso sus significados en la definición de los monumentos o edificios principales, determinan un catecismo de contenidos exquisitamente elegidos. Últimamente parece que los grises y negros predominan. En mi opinión elegir esos colores, es por cierto miedo a poder equivocarse con los otros. Se pierde, así, bastante calidad visual en los objetos y entornos creados.

Quien haya visitado, como ejemplo cercano, Marruecos, la maravillosamente andaluza Chef Chauen, además de los siempre eternos azulados de sus zócalos, sus paredes se visten de blancos calizos que hacen escapar el calor, transformándose en vivas tensiones musculares. Cuando las lluvias los empapan, se envuelven en fulgurantes y suaves añiles, por su contenido calero del Íñigo indú. Se producen y componen verdaderas sinfonías de una espléndida sensación visual. Uno no sabe de gamas tonales hasta que las ve. También Marraquech, la ciudad roja, absorbe sus naranjas y ocres cálidos de las propias arenas arcillosas del desierto sahariano donde se ubica. Esa tonalidad es pausada y muy atractiva, a veces nos inunda aquí, cayendo mojada desde el cielo con el viento que la trae. Así podemos seguir y seguir.

Situándonos en Cádiz, el estrado sobre el que se sustenta esta ciudad, es la de sus areniscas zoomórficas llenas de valvas de moluscos del principio del cuaternario. Sus tonos son siempre ocres claros y pasteles. Lamentablemente la ocultación obligada de la piedra ostionera, últimamente despellejada y masacrada por las empresas y pintadas con un producto desconocido, se tiñe de marrón oscuro. Se oscurecen las calles y no se ofrece la protección debida. Pero ni el Ayuntamiento, ni los técnicos hacen nada por evitarlos siguiendo el PGOU, y seguimos orientándonos por catetas e incultas decisiones. La salada claridad de Cadiz se va perdiendo en un color indeseado. Salud.

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