OPINIÓN
Las inútiles coincidencias
Los relatos de las políticas democráticas en este país, comenzaron con enormes déficits por la autarquía
En estas fechas de elecciones, los debates nos inundarán por doquier volviéndonos pura marejada de votos. Me gustaría por ello buscar las posibilidades de reunir las coincidencias y no los disensos. Tenemos una machacona y contumaz costumbre aquí en la piel de toro, políticamente hablando, ... que impide propiciar los acuerdos y acercamientos.
Cada vez que nos situamos frente a los candidatos y sus programas, como hace poco en el Ateneo, comprobamos que es fácil encontrar, tanto en los diagnósticos de necesidades de nuestras ciudades o regiones, como en sus soluciones, las mismas coincidencias prácticas para resolverlas. Todos, cuando hablan de cómo se encuentra el paño para convencernos, coinciden en las mismas carencias y siempre denuncian que el anterior no lo hizo bien. Los programas para alcanzar las mejoras y lograr un mundo ideal que supere las impotencias de anteriores regidores, siempre tiene una propuesta alternativa envuelta en un vano y opaco papel de sorpresa, que simula ser mejor y diferente.
Los relatos de las políticas democráticas en este país, comenzaron con enormes déficits por la autarquía. Las luces que se producían con el nuevo relevo, duramente logrado, suponían un impulso que iluminaba tentador las renovadas esperanzas. Cualquier propuesta que contuviera un suficiente grado de libertad, era digna de ser aceptada, casi sin duda. No cabía sino coincidir sobre intenciones ilusionadas, para el gran cambio a los conceptos de la libre opción de cada partido. Aunque se iban situando distintas referencias y puntos de vista, por cada ideología, el respeto por el nuevo sistema era la urdimbre donde se gestaban todos los mejores propósitos. La democracia era el tótem alrededor del que se situaba el rito común, con nuevos y brillantes colores.
Con el tiempo, la ley electoral, la pérdida del alternativo y estable bipartidismo en manos de reducidos partidos con poca representatividad, muy necesarios para la mayoría, fuimos derivando hacia una exigua exigencia pública. Desaparecían los respetos por las grandes aventuras para el común y el maduro progreso de este país, Se pasó a la partitocracia. En estos casi 50 años de libertad, nos hemos conducido hacia opciones más conscientemente enfrentadas. Hemos borrado la necesidad de buscar consensos que atiendan las prioridades comunes, como pueden ser ahora, la necesaria y escasa agua, el empleo o la vivienda.
Nos encontramos con luchas intestinas y perseguidas sumas inestablemente geométricas. Nada de lo que unos proponen casa con los proyectos de los otros. Se ha debilitado por exiguos pactos, la velocidad democrática y el justo reparto social y económico de la nación. Un ancestral cainismo, heredado de las incapacidades arrastradas en el diecinueve e inicios del veinte, permanece incrustado en el alma hispana. Debe ser el implacable devenir histórico en el que nos hemos visto envueltos en los últimos siglos. Lo conservador y lo progresista, más parecen equipos de lucha libre, que de política racional.
Unir las prioridades y sus coincidencias, supone una inútil debilidad de manual, que no permite en absoluto su consideración. Todo lo que los otros presenten, será puesto en tela de inmediata disconformidad con chantaje de derogación
Cuando voten, porque votar hay que votar, tengan en cuenta que cumplir lo que se promete, como dijo mi querida amiga Tere, es lo mínimo que se les debe exigir a todos. Esperemos al menos, que los resultados finales supongan alguna calma en el patio y un mejor entendimiento. Salud.