Opinión

Honestidad y cancelación

El equilibrio entre lo bien ejecutado y su precio, tiene un difícil control

Hay cuestiones que interesan más que los modos estéticos o los divismos pasajeros. Quien nos siga en esta ciudad y su entorno, sabe que ni yo ni mi sombra, somos amigo de adular, ni mucho menos tapar nada indigno a nadie. Siempre y con educación, hemos escuchado la verdad del otro, pero cuando esa verdad es una trola interesada o un impresentable favor, nos revelamos. Supongo que les pasará a todos Ustedes. En la vida, hay que tragar saliva y callarse de vez en cuando, pero el buenísmo no sirve con los aprovechados. Si no se les sigue en sus juegos, responden con daño y difamación. En mi profesión: la arquitectura, si opinas sobre lo que no se hace bien, a tu criterio, te invitan amablemente a entrar en las listas opacas. Te convierten en trasparente, porque levantas alfombras y eso te persigue siempre. Lo que ahora los modernos entienden por «cancelación». Hay edades donde aguantar y cambiar ya no tiene objeto. Amigos, pocos y buenos.

Nuestro magnifico oficio, seguramente uno de los más dignos y creativos, junto con el sanitario, está sometido a fuertes intereses económicos y duras presiones. El equilibrio entre lo bien ejecutado y su precio, tiene un difícil control. Nuestro juramento, si fuera 'hipocrático' diría: «Hacer lo correcto, con pericia, rigor, justo valor, lealtad, con la mejor estética y siendo responsable siempre de ello». En esta santa profesión del ladrillo, nos pagan para ofrecer las mejores prestaciones que se nos pidan, pero como en cualquier empleo, hay de todo. El proyecto, como prueba documental permite que se compruebe el proceso, y si además la obra se ejecuta bien y transmite belleza, eso, va incluido en los honorarios.

Hace poco conocí otro de los iconos que los arquitectos solemos posar en el paisaje. Visité el Centro Botín. Tenía verdadero interés en conocerlo, su arquitecto es de lo mejor en la actualidad mundial. Lo disfruté por fuera y por dentro. Comprobé la elegancia de sus formas y la nitidez de sus deslizantes curvas y recorridos espaciales. Una cálida atmósfera lo envolvía, uniendo muy acertadamente, los dos hermosos paseos santanderinos. Bien implantado y estratégicamente aéreo, como un pez dispuesto a saltar para regresar a su hermosa Bahía cántabra, -aunque el arquitecto quería un barco-. Supongo que en este caso el coste que identifica la marca, no sería un problema. Me sorprendió mucho ver que toda su delicada piel estaba cubierta por una malla protectora de acero, porque algunos elementos de su dermis se están cayendo. El edificio se inauguró en 2017 y a los dos años, las escamas del bello constructo en forma de blanca tachuela cerámica, empezaron a craquelarse y desprenderse por la oxidación de sus anclajes, con grave peligro para los viandantes. Tampoco las escaleras entre los dos volúmenes, en mi opinión, eran acordes con la categoría del diseño. No sé si estarán pendientes de arreglos o pleitos, pero allí sigue todo, como testigo indecente de una ejecución cuyo máximo responsable, porque lo somos por ley, somos los arquitectos.

Me apenó mucho. Lo he visto en Valencia, en Venecia, en Cádiz y en diversos otros sitios, firmados por nombrones de prestigio. Suelo recordar, y eso escuece mucho, que nuestra responsabilidad está en controlar que las obras estén bien definidas y ejecutadas, y que la honestidad está sólo en nosotros mismos. La historia y el tiempo son testigos inexorables que juzgan y dan la razón. Quien juega a ganar en tramos cortos, en cualquier circunstancia de vida, suele perder. La verdad que es más larga… siempre llega. Salud.

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