OPINIÓN
Gentrificación urbana
Las ciudades para sobrevivir, están hechas para sus ciudadanos y en una parte finita, para alojar a sus visitantes.
Las ciudades se crearon según las necesidades de los pueblos que las erigieron y habitaron. Como dijeron Spengler y Chueca Goitia, las ciudades son hechos fundamentales en la historia de la Humanidad. Según Lewis Mumford: «La ciudad es la forma y el símbolo de una ... relación social integrada». Todas sus formas y estructuras se han originado en un sitio de amable geografía y la posibilidad de vivir más protegida y adecuadamente. Los tiempos y los cambios de sus habitantes las conforman, dotándolas de consistencia y futuro, en función de las exigencias básicas de seguridad, alimentación y relación social. Llenas de secuencias, en algunos momentos dramáticas por las agresiones naturales o bélicas, han sabido sostenerse en el principal gesto del hombre, cual es seguir poseyendo un espacio de cobijo que le permita una continuidad vital.
Los fenómenos de cambios a los que se sujetan siempre son continuos, y sus crecimientos debieran ser lógicos según el número de sus usuarios. Sin embargo, el progreso las supedita siempre a un crecimiento ilimitado que las convierte en enemigas de sí mismas. No es solo la escala la que distorsiona y desequilibra su devenir, sino otros muchos hechos que las mutan de forma contraria a sus propósitos.
Sufrimos en estos últimos tiempos movimientos que inciden en la definición de las urbes que han acumulado bellas historias, y que alteran los destinos de sus orgullosas arquitecturas y pobladores. Podríamos decir que los efectos sobrevenidos por sus atractivos, han conseguido a la vez conquistarlas por ajenos y raptarlas a sus vecinos. Se producen diversos e insensibles tipos urbanos, por uso y abuso en todas y cada una de ellas, descomponiendo sus naturalezas. Convierten los sugerentes hábitats y localizaciones de felices disfrutes, en aviesos frutos de lo que pretendía el buen habitar y sus visitas, mermando terriblemente todas sus bondades cívicas.
La gentrificación, tema tan en boga en todas las terrazas de los debates, es un destacado efecto del agotamiento de las ciudades. Este asunto preocupa y mucho a los naturales, pero no tanto a los que debieran controlar los estándares, aforos y derechos ciudadanos. La nueva «musealización» que se cierne sobre las ciudades es un hecho constatado desde mediados del siglo pasado. Ya Venecia avisó. Es cada vez más acuciante el aumento de visitas temporales, lamentablemente incontroladas. No es que el turismo en sí sea rechazable, ya que emplea, distribuye economías y hace que ésta fluya de manera continuada y estable. El problema es de pura ideología económica. Nos sometemos a un capital que entra a saco en nuestros bolsillos urbanos, buscando desalmados beneficios y sustituyendo las formas naturales de gozar las ciudades por sus propias impotencias. No es cuestión de parar los flujos turísticos, sino de controlar las dimensiones que deben tener. Las ciudades para sobrevivir, están hechas para sus ciudadanos y en una parte finita, para alojar a sus visitantes. Para ello se creó la hostelería con espacios de residencia temporal y adecuados a las condiciones y ofertas de cada joya urbana. Lo que ocurre es que nadie quiere hablar de turistificación o gentrificación y de sus efectos perversos, porque eso significa hablar de sistemas siniestros o de izquierdas y poco rentables.
Alguien tendrá que poner el cascabel al gato y cuanto antes, ya que el poderoso caballero asaltará las doradas murallas y tarde o temprano nos lanzará de casa, destruyendo y arrasando nuestras almas y sentimientos más queridos. Salud.
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