OPINIÓN
Cada final de mes: Un libro
El arte de sentirse vivo cabalga unívocamente con el de experimentar nuevas emociones cada día, para eso, para sentir la vida
Los finales de mes, se suponen como el paso de un breve capítulo de la vital existencia. Los días son como las hojas. Hay momentos donde unas son más largas o amenas que otras. Las semanas son como las lecturas seguidas por cada etapa lectora. El mes sucede al cerrar la última página y devolver el libro a los estantes para comprar otro nuevo. El año es una estantería del al menos doce libros. El singular destino del tiempo prolonga nuestros minutos en avatares diarios, semanales, mensuales y anuales. La vida tiene un existir que está cosido con el cordoncillo que ata los libretillos en un solo volumen. El inexorable compás del tiempo nos acompaña con el calmado y urgente aprender leyendo.
¿Y a que vienen estos suspiros existenciales sobre los tiempos de la vida? Hoy viene sencillamente como colación frugal de este miércoles, para apreciar como en cada época de nuestras vidas, esos conceptos de los días, semanas, meses y años, van uniendo nuestras sensaciones y duraciones. Seguir aprendiendo es la primera aspiración de un ser que se despierta cada día. El afán diario llena los proyectos y los retos para seguir navegando ilusionados en vivir.
En la época naturalmente original de la niñez, los días se hacen muy largos y llenos de muchas experiencias, absorbiendo inagotablemente la experiencia. Cuando vamos creciendo, el difícil y complejo mundo de las hormonas rige nuestros deseos y vericuetos, sorprendiéndonos internamente con atenciones y respuestas bioquímicas incontenibles. Esos latires temporales se hacen más cercanos y rápidos. Vamos dedicando gran parte del tiempo y sus pensamientos, a ser mayores y actuar como tales. A medida que vamos leyendo los volúmenes de nuestra propia novela, vamos sujetándonos cariñosamente a esa estantería que se va llenando cada vez más y más, sabiendo que un día no podrá caber ni un solo libro más.
El arte de sentirse vivo cabalga unívocamente con el de experimentar nuevas emociones cada día, para eso, para sentir la vida. El relato se va nutriendo de numerosos y diferentes avatares, que nos acompañan como nuestra propia e indisoluble sombra. Quizás la relativa pérdida de memoria que, con la edad de nuestro personal tiempo, va requiriendo mayor atención por estar lleno el recipiente, se corrige con un sorbo continuo de aprendizaje, ahora más complejo, que pide ser cada día más necesario.
Un libro, sea de la condición que sea, supone un trabajo y esfuerzo personal para dejar clavado en el tablero de aprender una historia propia que, siempre se hace personal y diferente por cada quien lo lee. Algunos quieren comparar los diferentes valores de los libros otorgando premios, e incluso evitando a veces su publicación, porque no reúne suficientes criterios o valores, haciendo un mal encargo a la libertad y la vida. Yo estoy convencido que cada uno de nosotros somos capaces de escribir, al menos uno en la vida, y ese valor singular de su traslado a otro autor virtual que lo lee, ya vale la pena. Pero pasa como con la justicia, la sanidad, la cultura o las farmacias, perece que deben tener siempre un controlado numero clausus.
Se acercan las Ferias del Libro, y deberíamos entender en estos renglones, que la salud depende más de la capacidad de nuestros cerebros que de nuestros serranos cuerpos. No solo en sus sinapsis, que se hacen más desconectables, sino en conseguir ser feliz con una lectura, que alimente nuestras vidas, día a día, semana a semana y mes tras mes, hasta su final desenlace. Salud.