OPINIÓN
El esfuerzo oculto
Esos ahíncos por ser los mejores, son la naturaleza del éxito, a veces, como ha pasado demasiado a la tropa deportiva española, infructuosos
Lo confieso, he sido convaleciente de las Olimpiadas. Nunca he dedicado tanto tiempo a disfrutar de este fenómeno cuatrienal. Ni yo mismo puedo explicarme como pueden abducir tanto estas pruebas en directo con delirios de emociones, en nuestro caso frustradas en gran parte. Sí, he ... estado entre dos pantallas por una contagiada adrenalina, entre el querer y no poder, demasiado tiempo sujeto a un «sillonbol». Creo que en etapas de descanso es lo mejor, si se quiere perder el tiempo envidiando tanto culto al cuerpo y sus esfuerzos. Supongo que les habrá pasado a muchos de Uds.
Ver retransmitida tanta Olimpiada tiene eso, que te da alegrías y disgustos. Se agarrará a la memoria la extraordinaria mala pata, nunca mejor dicho con perdón, de Carolina Martín, cuya lesión podría haber ocurrido en el siguiente asalto y conseguir al menos la plata. Un mal apoyo que le imposibilitó llegar claramente a la final. Tampoco un mal viento, que mareó cuando iba tan bien y ganaba al golfista español vizcaíno con nombre de extranjero, terminando sin presea. Numerosos combates que nos dejaron en el simple, pero merecido, diploma olímpico. Muchas batallas en otras disciplinas, salvo 18 excelentes excepciones, que quedaron en la orilla del mejor metal.
En todos los visionados, se manifestaba no solo por los comentaristas, sino por la cultura del éxito que el fin casi único y exigido, es conseguir las medallitas. Qué poco se valora los esfuerzos previos, ni las horas que se dedican a esos deportes. Cuántas jornadas completas llenas de sacrificios e incompatibilidades con temas familiares, amistades, etc. Renuncias en cada instante de una vida, que se prepara solo para ganar. Esos ahíncos por ser los mejores, son la naturaleza del éxito, a veces, como ha pasado demasiado a la tropa deportiva española, infructuosos. Los ocultos esfuerzos tampoco pueden asegurar las metas. No sé qué ha pasado, pero el resultado no ha sido que esperábamos. Yo creo que, en otros países, además de tener suficientes medios o mayor dedicación desde niños al deporte, como a la música u otras reconocidas culturas, lo que se tiene es esa capacidad de generar emoción y seguridad para lograr los resultados finales. Quizás arrastramos una mala virtud en lo español, que ya se encargó de difundir nuestro sabio Cervantes: «El que nos sabe gozar de la ventura cuando le viene, no debe quejarse si le pasa». Que traducido resulta: no somos capaces de rematar con esa fuerza definitoria en los momentos cruciales. En estos encuentros, donde podemos alegrarnos al ver los mejores músculos del mundo y las mejores entregas en vida, con la ilusión de ser vistos en directo los primeros en el mundo mundial, deben traernos no solo galardones, sino reflexiones sobre sus fracasos. En España, aparte de la mala guasa de la que nos han hecho deudores otros países con las falsas historias y maledicencias, lo que deberíamos es prepararnos verdaderamente para estar orgullosos de nuestro proceder para enfocar un mejor futuro.
Nuestro entrenamiento debiera empeñarse en ser los mejores en las carreras vitales de honestidad, ética, respeto, verdad, coherencia y consecuencia vital. No seguir poniendo las jaulas cuando no ya no hay pájaros, o como aquí en Cádiz, no estar en lo que se organiza por ridículos prejuicios. Esas brillantes insignias serían mucho más rentables que las que perseguimos cada cuatro años. Serían premios que nos ayudarían a combatir las malas envidias, recelos y suspicacias, que nos daría mayor respeto y solvencia, alcanzados de la mejor manera con la decencia. Salud.