Opinión
No encuentro mi casa
Las formas atractivas de nuestros parques, paseos y calles, se disuelven en el uso de foráneos que no paran de moverse y que pocas veces se sienten responsables de estos parajes
La niña salía y entraba de su hogar, pero se encontraba cada vez más desubicada. Su casa era la de siempre, las mismas luces, paredes y los mismos ritmos interiores. Su acera, el habitual umbral de salida, aunque algunas losas ya se habían arreglado por ... el uso indiscriminado de los coches que aparcaban sobre ella a media pata. El aire y los resoles del ambiente estaban anclados a los recuerdos de aquellos primeros felices años de vida. Las ilusiones y el crecimiento lento e indefectiblemente continuo, le llenaban suavemente cada día.
La sensación que recordamos de pequeños en nuestros hábitats, nos acompaña como un vestido del que nunca nos desnudamos. Esos espacios y sus grandes escalas, que poco a poco se reducen a medida que crecemos, son el gran escenario del existir. En él, nuestras actuaciones de vida nos acompañan como tramoyas claramente identificables, que se mueven en cada transición vital y en cada pertenencia del destino.
Temo que nuestras alamedas infantiles se nos vayan a cada momento, por la transformación de nuestros lugares en sitios para otros. Las formas atractivas de nuestros parques, paseos y calles, se disuelven en el uso de foráneos que no paran de moverse y que pocas veces se sienten responsables de estos parajes. Mejor dicho, personas que actúan en las ciudades turísticas como si fueran eso, propietarios provisionales con derecho a todo, sin comprender que esa ciudad pertenece, en primer lugar, a sus habitantes habituales.
Se transfiguran, mejor dicho, se travisten nuestros hábitats de toda la vida en parques temáticos. Como efímero montaje, la significación de hechos ya no pertenece a una escala de entendimiento propio, se cambia a gusto del consumidor. Casi todos los motivos de descubrir en las almendras históricas y nuestros edificios emblemáticos, se sustituyen de forma casi exclusiva como sosa utilidad pasajera. Nuestros conjuntos históricos se instalan en listas de turoperadores, que no son capaces de calcular previamente las posibilidades de estos territorios. Inoculan visitantes a tropel con un grado de irresponsabilidad urbana, que no coincide con el respeto a la ciudad visitada y a quienes en ellas viven. Cuestión de calidad y no de cantidad, como todo en la vida, pero opuesta a los mejores rendimientos. Ya Canarias se ha quejado claramente.
Cualquier previsión puede errar, si nos situamos en el futuro de aglomeraciones y desafortunada manera de coincidir en fechas, que hacen imposible el disfrute urbano. El tránsito para ir al trabajo, la compra o un relajante paseo para los pobladores autóctonos, se convierte en una rara yincana. Parece que vienen tiempos de pedir permiso para salir de nuestras casas, como el que duda y sospecha que va a llover. Ya casi no podemos situarnos en la degustación de nuestros tiempos, aires y arquitecturas, como los hemos entendido de toda la vida.
Seremos como niños que de mayores olvidan las verdaderas herencias de nuestros recorridos. Todo seguramente estará vallado, limitado y concebido más para el externo que para el interno. El valor único de venta supone una transgresión fundamental de las escalas humanas y urbanas. Las desecha si no cumplen los inmediatos resultados de los grandes réditos económicos, no los vivenciales. Incluso las sensaciones de quienes nos visitan, se irán también rápidas y pasajeras. Llenas de discursos inaudibles en cola, ni siquiera disfrutarán del placer de las vistas, ni la degustación de panes y peces, convertidos en menús insufribles. Todo atenta a la verdadera capacidad y calidad de las cosas. Salud.