OPINIÓN
La debilidad del patrimonio
Como diría el ínclito Unamuno: «Obras son amores y no buenas razones»
Quizás sea la palabra más utilizada en ciudades con mucha historia, para enarbolar cualquier bandera. Un término que nos agrega y que a la vez es capaz de hacernos entender mejor. No les hablo sólo de cultura, les hablo de la Herencia Común de nuestros padres, o sea el Patrimonio Histórico y Cultural. Un concepto mucho más amplio, envolvente, material e inmaterial. Algo importante y único que siempre debe quedar.
Todos los programas electorales, se llenan de enormes propósitos para devolver la mejor presencia y respeto de la heredad recibida. Se ofrecen a hacer llegar el Patrimonio a nuestros descendientes, si cabe, en mejores condiciones. Se nos llena la boca de muchas promesas, sabiendo que esa proclama es capaz de dirigir a la saca de los votos, muchos adeptos. Como perteneciente a todos, no tiene sujeto personal verdaderamente eficaz para la protección, conservación, restauración y transmisión. Aunque es el común el responsable directo, porque nos representa, A pesar de las normas, el guardián duerme sobre esta Tutela. La dejadez el deterioro y daño, campea a sus anchas. Es la gran debilidad.
Todas las ciudades pueden ofrecer ejemplos de Patrimonio en buen o mal estado. Todas tienen elementos auténticos y distintos a los de los demás, que son la clara comprensión e identificación de ellos. Cada historia ha generado en cada sociedad y sitio, los signos propios de su mejor desarrollo urbano y cultural. Estoy seguro que todos deseamos que ese legado se mantenga, conserve y legue lo mejor posible. Las últimas leyes regionales y otras normas que vendrán para el mejor cuidado y responsabilidad sobre el mantenimiento de nuestro tesoro Patrimonial, han estado más encaminadas a la orientación del texto, que a los fines perseguidos. Una ley que para hacerla respetar no se promulga con su mochila económica, sigue siendo un papel, al que hay que obedecer por supuesto, bastante mojado y sin ninguna efectividad.
Nuestros pueblos están cada vez en mejor estado, pero es porque la conciencia común va aumentando y vamos vigilándonos los unos a los otros. Pero, no solo los patrimonios privados están muy dejados, sino lo que más duele, los públicos, e incluso los que no siéndolos parecen serlo, como el patrimonio religioso. Se cuidan, a veces, los sitios más inmediatos a la vista, pero las líneas globales de inversión y de mejora de nuestros semblantes culturales siguen sin aparecer. Cada cambio legal augura una actitud mejor en esta grave situación, pero cada vez importa menos la Cultura, si no tiene una ideología aplicada con un propósito de poder.
Hace poco, en un paseo por Sanlúcar de Barrameda, como puede ser cualquier bello lugar, me extasiaba por la oferta impresionante de sus monumentos y paisajes, y lo que es el mejor Patrimonio, la sociedad civil que los cuida. Pero a menos que demos una vuelta por los alrededores de los ejes principales, se encuentran palacios, elementos de cultura detrás de las paredes, o elementos urbanos que nos rascan las tripas por su estado de indolencia y dejadez.
Ahora que nuestros alcaldes cumplen algo más de 100 días, es bueno recordarles que no es cuestión de hacerlo todo en poco tiempo. Se trata de la exigencia de hacer lo necesario en tiempos continuos, para evitar llegar al deterioro y declive total. Los cauces públicos se llenan de promesas, pero hacen cada vez menos, de verdad, por el ciudadano. Prometer lo que luego no son capaces de cumplir, se volverá contra sus mandatos. Como diría el ínclito Unamuno: «Obras son amores y no buenas razones». Salud.