Somos nuestras contradicciones

Estamos sometidos, todos sin excepción, a un espacio relacional mundial cuyas interferencias son sensibles, inmediatas y, a veces, contraproducentes

El mundo camina en estos últimos tiempos hacia destinos que cambian el rumbo muy rápidamente. Un buen sistema para las relaciones fue el móvil, allá por 1973. Consiguió ponernos en contacto, donde estuviéramos, dándole a la información una eficacia impensable. Nadie se acuerda cómo diez ... años después, Internet, nacido en 1983 como instrumento del Departamento de Defensa de los EEUU, nos trajo la era de la globalización. Si, tan solo hace unos 50 años, vivíamos sujeto al compás de un teléfono por conferencia, o como mucho una carta de correo urgente por avión. Logros inmediatos de cómo reducir el tiempo de espera, y en principio: entendernos mejor.

Estamos sometidos, todos sin excepción, a un espacio relacional mundial cuyas interferencias son sensibles, inmediatas y, a veces, contraproducentes. La, en principio mínima guerra de «rescate» inmoral imperialista del este en Ucrania, ha influido en todo el orbe de manera impensablemente artera. Sus efectos, además de sangrientos, están atacando al instante como ardiente mancha de aceite. Podríamos decir como una mancha de gas, que empieza a envenenarlo todo. El efecto de las carestías de la energía invade desastrosamente todos los ámbitos. Es una guerra sujeta criminalmente a intereses creados con anterioridad. Aquellos compases de acercamientos y consensos entre las poderosas naciones, ahora dan la verdadera cara. Sujetos a débiles equilibrios, nos hacen víctimas de nuestras propias contradicciones.

El mundo, entre la falta de reflexión de los sistemas de información, que nos han convertido en seres más irracionales si cabe, y el abuso de poder, toma caminos menos comprensibles. Los sistemas de comunicación, veloces e inevitablemente continuos y cercanos, logran conseguir todo lo contrario. Nadie es capaz de parase y pensar sobre las consecuencias del no dialogo o la orden. Posiblemente, herramientas que deben utilizarse para entendernos mejor y vencer el tiempo que nos falta, se han convertido en nuestro fin más mortífero.

Las sibilinas acciones pacifistas después de la guerra fría y la limitación de interminables carreras nucleares por diferentes sistemas económicos, fueron débiles, y están dando ahora la cara. Ni una ni otra potencia, o las que nazcan, querían el acuerdo cordial, sino impedir limitar sus propios poderes. Para eso han servido los nuevos sistemas de información, energías compartidas y control invisible. No para entenderse, sino para utilizarlos como nuevas y contundentes armas. La tranquila rotura del muro de Berlín, una anécdota que solo quedó en las cimentaciones de sus estructuras, no ha servido para nada. Debe ser que nuestro destino es dejarnos gobernar por patológicas y sicópatas mentes, que nos llevan a situaciones nada queridas. El poder es capaz de subvertir y modificar los buenos y sencillos deseos de convivir. Parece como si, por detrás, todos estuvieran de acuerdo en que esto pase.

Esta guerra mundial de la energía, no sabemos hasta cuándo, cae contundentemente eliminando un estado de bienestar y consumo, que parecía eterno. Sus propios precios lo han roto. Posiblemente es lo que estaba programado que ocurriera. La perversa economía es un monstruo insaciable. Posiblemente quienes inventaron aquellas ágiles herramientas, vestidas de ilusión y progreso, no querían estos resultados, pero si quienes las pagaron. Debemos pedir un tiempo muerto y hablar sin medios, con naturalidad. Si no, cuidaros y tengamos la esperanza de que alguien razonable retome la cordura. Salud.

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