Opinión
El Campo de las Balas
Habíamos decidido ir a dar un paseo con el bañador bajo el corto pantalón gaditano, a la nueva playa junto a la Caleta
Aquel día de mayo en los terciados dosmiles, era como el inicio del verano. El cambio de ropas aún no se había realizado. Con estos meneos climáticos pasamos del calor al frio, como el que voltea una tortilla. Al entrar por el paseo perimetral de ... Santa Barbara en los amplios y delicados jardines, que todos llamábamos del Campo de las Balas, un nuevo Cádiz con mucho carácter, aparecía como la ilusión urbana de los últimos años. El nombre de este suculento espacio, un poco entre Perejil, Apodaca, Canalejas, Sanidad y Alameda, con modernos equipamientos y farolas como relucientes cuellos de dinosaurios al sol, tenía en el nomenclátor oficial de una recientemente fallecida gaditana, muy generosa con la ciudad. Para los gaditanos serian para siempre: los Jardines de las Balas.
Habíamos decidido ir a dar un paseo con el bañador bajo el corto pantalón gaditano, a la nueva playa junto a la Caleta. Llegamos por delante del Parador y bajamos por la modernísima rampa. Como puente suspendido y colgante hacia el mar, colocada junto con un ascensor para discapacitados, accedimos a la deslumbrante y reciente arena. La coqueta y amplia playa discurría desde el nuevo malecón a la derecha del enorme Hotel del doce, cuya escala nunca asume la ciudad, hasta el Castillo de Santa Catalina. Era como la nueva niña gaditana, recién nacida.
Inclinada suavemente hasta el paseo perimetral, la flamantemente estrenada plaza, disponía de equipamientos al aire libre y una pequeña sala de barrio con pista polideportiva cubierta, mejorando claramente la oferta del barrio y la universitaria. El fastuoso Valcárcel, también recientemente inaugurado para diferentes títulos de la Universidad de Cádiz, lucía orgullosamente como telón de fondo. Estos necesitados barrios de la Viña y Balón, ya se sentían con ellos casi resucitados.
El aparcamiento se había metido bajo los jardines, como en Santa Barbara. Compartían los restos arqueológicos bellamente rescatados, de las minas, contraminas y polvorines, que supusieron el bastimento del baluarte del Bonete, lamentablemente tragado por el mar. Las obras habían podido salvar, compartiendo con la historia, un amplísimo estacionamiento subterráneo de dos alturas, que servía suficientemente las necesidades de las dos playas hermanas y los pocos recursos de esta zona, prioritarios para los gaditanos y de pago para visitantes. Estas infraestructuras bien gestionadas, servían para pagar los grandes gastos de las obras, la playa, el nuevo parque y sus urbanizaciones.
Aprovechamos y nos bañamos en las límpidas aguas de la recientísima y amable arena, sin rocas ni costurones. Ese espacio, compartiendo jardines, su facilidad de aparcar, relax playero y una copa en las muchas terrazas de restaurantes arriba en los jardines, era una de las mejores experiencias que ofrecía el nuevo Cádiz en este frente Caletero.
Posiblemente ésta no sea la realidad que se produzca en los próximos años sobre la utilización del Campo de las Balas. Edificar una privativa muralla hotelera, en un maravilloso horizonte urbano, en mi opinión no es nada procedente. Con este sueño posible y viable, la ciudad recibiría a cambio, no pocos y finitos recursos privados, sino una mejor y duradera aportación, en la continuidad de licitaciones de bares, aparcamientos y visitas guiadas, que lo amortizaran. Desear con esperanza e imaginación convierte la utopía en realidad, como el día del trabajo que es hoy. No es ni más ni menos que el ejercicio procedente para una mejor manera de pensar en este inacabado Cádiz. Salud.