opinión
Un gas lo cambia todo
«Debe haber algo que nos cose y conecta globalmente, de tal manera que un tirón de una esquinita de la cobija nos puede dejar con todo el cuerpo al aire»
Parece mentira que un gas, algo invisible y hasta imperceptible incluso cuando estamos cerca, pueda cambiar el mundo tan rápidamente. Debe haber algo que nos cose y conecta globalmente, de tal manera que un tirón de una esquinita de la cobija nos puede dejar con ... todo el cuerpo al aire. Ya hemos comentado con anterioridad lo que significa vivir inmersos en una globalización. Su desarrollo nos sujeta a una red de intereses de los que es muy difícil zafarse. Las interconexiones que hemos creado para delimitar más fácilmente lo propio de lo común, nos encaminan a un mundo más complejo que el anterior a Internet. Esa herramienta facilita a veces la trabazón e información inmediata, pero también impide ver las verdaderas caras a la hora de pactar sobre el diseño de los imperios. Se plantean muchas estrategias y soluciones, pero si existe un mundo global, este nos debiera dirigir hacia mejores entendimientos y caminar en similares direcciones.
El metano, es un hidrocarburo natural en forma de gas, con un átomo de carbono y cuatro de hidrógeno. Producto de la digestión de la materia orgánica de las plantas fósiles, es el que mayor daño hace al efecto invernadero con la generación de ozono. Es incoloro, inodoro y casi insoluble en el agua, como decía el chiste del sulfúrico. Se utiliza como gas licuado para ser transportado fácilmente y en las mejores condiciones. Su potencial calorífico y lumínico lo hace el más utilizado. También es relativamente beneficioso para el medio ambiente, ya que es el que genera menos dióxido de carbono: el gran contaminante. Este gas, que surgía burbujeante hace días en medio del Báltico, por arte de birlibirloque, es la consecuencia del tira y afloja por el valor de su uso mundial. Se convierte en el clavo del Maluco de la recién conmemorada Vuelta al mundo de Magallanes y Elcano; oro puro en aquellos años donde una frontera vertical nos dividía en el mundo. Hace unas semanas el gas era energía barata, ahora cuesta el nónuplo de su precio. Un monstruo por el que pagamos opresoramente inquietudes bélicas, muertes y desajustes de comprensión.
La indebida apropiación de las zonas prorrusas del este ucraniano, ya que la historia extinta de la URSS resucita ahora, es el patológico resultado de impensables daños mundiales. Todas las fronteras, significan transición entre países donde se dan lenguas e historias comunes.
Un legado que permite entender los dos lados con mayor facilidad. Los ciudadanos fronterizos, igual se sienten de un sitio que de otro, ya que las líneas de raya punto en el mapa, solo las puso el poder para repartirse los territorios de dominio.
Nunca existieron en el planeta líneas divisorias de forma natural. Los hombres elegidos siguen colocando límites de control y daño, asiduamente, donde están las mejores riquezas que no queremos compartir.
El gas hoy se convierte en moneda de cambio ideal para ajustar los torturadores tornillos de los espacios de encuentros. Ocurre que esos ajustes se convierten con el tiempo, en efectos contrarios que se vuelven contra los que los aprietan. No espero que esta guerra de Ucrania se pare en breves fechas, posiblemente se enquiste. Ocurrirá mientras existan locos pusilánimes que solo entienden el camino de la inquisición a su solo antojo.
Lo que sí estoy seguro es que poco a poco, su propio pueblo, visto lo visto, se posicionará contra ellos, como pasa con las mujeres en Irán. Algún día, por un pequeño esguince, como pasó con el muro de Berlín, caerá todo el débil e injusto torreón encima de quien lo construyó.