OPINIÓN
La arquitectura de los funcionarios
La arquitectura que producimos los arquitectos que nos hemos dedicado en cuerpo y alma a la función pública, en sentido general, es casi inexistente
La creatividad elige diferentes rutas que son insospechables. Un mundo lleno de intereses y razones inexplicables, hace que unas deriven hacia los éxitos y otras se encuentren lastradas de reconocimiento al no pertenecer a líneas oficialistas. Los poderes, en cada caso, se sitúan como dictadores ... y directores de hacia dónde deben tender los horizontes inspirativos. Los caminos del reconocimiento se hacen según tendencias. Se manifiestan en función de mecenazgos míticos o llenos de interesadas economías que controlan el mercado propio, haciéndolos más valorables.
En el mundo de la arquitectura lo bueno o lo malo están separados por una fina frontera situada entre los giros de moda y la bondad de diseños que confluyen en una mayoría de opiniones. Quienes lean los libros sobre la historia de la arquitectura, quedan impregnados siempre por el valor, que según los criterios que cada autor les da en tiempo e historia. Quienes lean a Choicy, Stierlin, Kulterman, Chueca Goitia o Boito, entre otros, comprobaran que son apreciaciones más o menos subjetivas, valoradas evidentemente por ellos. Todo tiene una relativa objetividad, ya que todos poseemos debilidades seducidas por diversos subconscientes.
En estos tiempos, los colegios profesionales de mi profesión, se han anclado exclusivamente en los racionales mundos del Movimiento Moderno. Parece que les da grima recorrer otros más clásicos. Hablar de Patrimonio supone para los que dirigen esas orientaciones culturales, hablar de tristes catafalcos. La oferta moderna, además, quiere simular sostenibilidad con materiales que el mercado produce, siempre contrarios a aquellos principios. Piensan que no haya nada mejor que lo que hizo tito Corbu y sus apóstoles, es como si no hubiera nada nuevo o mejor desde entonces. Llevamos ensalzando los rigores de la tecnología más de cien años, y solo hacemos modelos internacionales. Llenamos de irrespirables pompas de vidrios y aceros, nuestras tórridas zonas. Colmamos de peligrosos aplacados y hacemos enormes huecos, como si esto fuera Laponia.
La arquitectura que producimos los arquitectos que nos hemos dedicado en cuerpo y alma a la función pública, en sentido general, es casi inexistente. Me explico, el nulo control por los cuerpos estatales de la ley 53 del 1984 de incompatibilidades, no ha facilitado la estima de los arquitectos funcionarios. Esa laxa manera de entender la exclusividad, ha permitido que casi toda la carrera funcionarial de la arquitectura, se confunda entre los campos público y privado. Se ha ocultado la autoría del diseño y edificación como producción publica, ya que son los políticos los que actúan como arquitectos de todo. Los Colegios, en mi caso el de Cádiz, nunca ha realizado ninguna actividad para estimar los enormes trabajos oficiales realizados, ni la presión que hemos padecido del propietario común. Ni siquiera entender el estricto cumplimiento de leyes y decretos que deben armar el control y protección del castillo constructivo de los dineros públicos. Tampoco el valor de la creatividad en edificios que han mejorado la calidad de los equipamientos de todos, con una producción tan decente o más que la aportación privada.
Sirva al menos este trabado muro de ladrillos de letras, para defender el valor de mis compañeros verdaderamente incompatibles, trabajando solo por lo público. Decirles que no solo han defendido la buena gestión y el diseño, ni han compartido los pirateos de honorarios; sino que también han contribuido a que los riesgos de esta bendita profesión disminuyan. Salud.