opinión
La Almudena
La herencia arquitectónica se autoconsumirá, si no es asumida y protegida por las generaciones venideras
Conocí a Fernando Chueca Goitia en marzo de 1996, presentado por mi querido amigo y colega también, Rafael Manzano Martos. Fernando fue un gran arquitecto y ensayista a caballo entre los siglos XX y XXI. Era mayor, nació en el 1911, y nos vimos en ... unas jornadas de historia, en el colofón de una velada gozosa, donde el maestro seguía aleccionándonos en conversaciones cultas, pero muy animadas.
Visitaba Cádiz por enésima vez, renovaba su querencia por la luz de estas tierras y estar con sus amigos como lo era Rafael. Pude conseguir, además del contacto personal, una dedicatoria en su «principito urbanístico», como yo llamo su 'Breve Historia del Urbanismo', un pequeño volumen del año 1970. Lo recomiendo a todos. Lo leímos como un necesario Quijote, en los primeros años en la Escuela de Arquitectura, en aquellos convulsos setentas.
En ese librito, de enorme calidad y ejercicio de síntesis para aprender sobre la historia de las ciudades y sus asentamientos, describe magistralmente en 10 lecciones, a modo de como lo hizo el romano Vitruvio, los diferentes tipos de ciudad. En la última lección, estábamos en los setenta, introduce el concepto de Ecología Urbana. Auguraba el desorden que la economía capitalista infringía en las ciudades, valorando las teorías de las ciudades concéntricas de los utopistas y la natural generación en manchas de aceite de todas las ciudades.
Cuando se relee este capítulo, uno vuelve a situarse en un 'déjà vu'. Todo suena a conocido, comprobando que no hemos evolucionado en el control de las tescalas, la compatibilidad de las zonas urbanas o la capacidad de adaptación de modelos demasiado estrictos y genéricos. Chueca termina su maravilloso compendio urbano con frases como: «no es aplicable a las teorías actuales las realizadas en las pretéritas históricas, ni podemos aplicarlo a las ciudades que están por venir. Tanto en áreas socialistas como en las social-demócratas, caminan cada vez más hacia una planificación intensiva, con participación predominante del estado previsor». Una premonición certera, tan real como lo que producimos estas épocas.
Nos viene a colación como nuestras ciudades se convierten en malévolas ratoneras, incapaces de asumir un número de ciudadanos que se congregan para disfrutarlas y cuya componente física los atrapa en un laberinto sin salida. Lo ocurrido en Corea del Sur, lo mismo que lo ocurrido en el puente indio del Bujarat, las macrofiestas y conciertos, que son el desiderátum de la inconsciencia urbana para sacar dinero cueste lo que cueste. Forman parte antinatural de nuestra oferta urbana. No somos capaces de prevenir o controlar un aforo que, con ajuste legal, se lo pasan todos los días por los forros de sus caprichos.
Para terminar con un mensaje más adecuado al día, aunque evidentemente de arquitectura se trata, la última gran obra de Fernando Chueca Goitia fue La Catedral de la Almudena, cuya onomástica celebramos hoy. Es la culminación de la provechosa carrera del viejo maestro, donde el patrimonio y la lectura de la componente mítica en la ciudad, nos regala una bella obra. A algunos gustará y a otros no, pero en mi opinión, se encuentra en la feliz identificación de la historia mítica de nuestras ciudades. Una gran iglesia seudo-gótica, acertada en el sitio y en su simbología. La herencia arquitectónica se autoconsumirá, si no es asumida y protegida por las generaciones venideras. Al fin y al cabo, Almudena viene del árabe Almudaina y significa muralla, o sea control de la ciudad, fue donde se encontró esta Virgen. También Al Medina, significa la ciudad. Cuidaos.