La Tercera
Intimidades reveladas
Marie Curie, que sobrevivió a su esposo tres décadas, padeció toda su vida las consecuencias de sus investigaciones. Especialmente dolorosos fueron sus últimos años
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A lo largo del camino de la vida vamos dejando huellas, la mayoría de las cuales se pierden, olvidadas o extraviadas sin que nadie las reclame, salvo en algunos casos de personas que iluminaron, u oscurecieron, la historia. Hoy, gracias al avance de la ciencia, ... es posible recuperar huellas personales que nadie imaginaba que pudiesen sobrevivir.
Una de estas huellas tiene como protagonista a Isaac Newton, uno de los científicos más importantes de la historia. El 16 de septiembre de 1693, Newton escribía al filósofo John Locke: «Sir, siendo de la opinión de que habéis pretendido implicarme con mujeres, y por otras causas, estaba tan afectado que cuando alguien me dijo que estabais enfermo, y que no sobreviviríais, respondí que mejor que estuvierais muerto. Deseo que me perdonéis por esta falta de caridad. […] Os suplico también perdón por decir o pensar que existía un plan para venderme un cargo o implicarme».
Lo que esta extraña carta revela es que Newton había perdido su equilibrio mental durante algún tiempo, equilibrio que posteriormente recuperó: «El invierno pasado –se disculpaba en una nueva carta a Locke, ésta del 15 de octubre–, durmiéndome muy a menudo junto a mi fuego, cogí la mala costumbre de dormirme en cualquier parte y a destiempo, lo cual, agravándose este verano, ha acabado por desorientarme, de tal modo que, cuando os escribí, no había dormido cada noche ni una hora desde hacía una quincena, y durante cinco noches consecutivas ni un parpadeo. Recuerdo haberos escrito, pero no recuerdo lo que dije de vuestro libro».
Una de las hipótesis que se habían propuesto sobre el desencadenante de ese desequilibrio mental de Newton es que se debió a los vapores que inhaló durante sus experimentos alquímicos, en los que utilizaba elementos como mercurio, plomo, antimonio y combinaciones de arsénico. A finales de la década de 1970, algunos investigadores analizaron muestras de su cabello, tomadas de unos mechones de pelo que estaban en posesión de la familia Portsmouth (emparentada con Newton a través de los descendientes de su sobrina, Catherine Barton, que vivió con él cuando se trasladó a Londres para hacerse cargo de la Casa de la Moneda inglesa). Sometidos a análisis espectrográficos, esos cabellos revelaron la presencia de concentraciones anormalmente elevadas de plomo y mercurio, lo que apoyó la hipótesis de que su crisis de 1693 pudo deberse a un envenenamiento al aspirar esos vapores metálicos.
Nicolás Copérnico también ha sido objeto de indagaciones auxiliadas por la ciencia. Tras su fallecimiento, el 24 de mayo de 1543, fue enterrado en la nave de la catedral de Frauenburg (hoy Polonia). Sin embargo, no se puso nombre sobre su tumba y con el paso de los años se olvidó su localización. Pero al convertirse en un gran personaje de la historia, surgió el deseo de identificar sus restos. Durante los veranos de 2004 y 2005 un equipo de arqueólogos excavó en dos lados del altar de la Santa Cruz (del que Copérnico había estado encargado) encontrando huesos esparcidos –un cráneo y algunos dientes– de un hombre que debió de morir entrado en la sesentena. Con este material, expertos del laboratorio central forense de la Policía polaca hicieron una reconstrucción facial y la compararon con el mejor retrato existente de Copérnico. Las dos imágenes se parecían, pero la evidencia no era concluyente. También se consideró la posibilidad de comparar el ADN que se pudo extraer de uno de los dientes con el ADN de algún familiar de Copérnico. El candidato obvio era su tío, el obispo Lucas Watzenrode, pero todos los intentos de identificar su ataúd fracasaron.
La prueba concluyente se encontraba en la biblioteca personal de Copérnico, en particular, en un ejemplar del 'Calendarium Romanum Magnum' de Johannes Stöffler, publicado en 1518 y que Copérnico utilizó hasta su muerte. Allí, en las primeras dos páginas, se encontró un pelo y luego ocho más. De cuatro fue posible extraer muestras de ADN. El resultado fue que el ADN de dos de esos pelos coincidía con el del diente mencionado antes. El misterio de la tumba de Nicolás Copérnico se había resuelto 464 años después de su muerte.
Un ejemplo más de la utilización de recursos científicos para desvelar detalles, en este caso de la propia historia de la ciencia, tiene como protagonistas a Marie y Pierre Curie. Las manipulaciones que ambos realizaron de elementos radiactivos dejó huellas en su salud. Marie, que sobrevivió a su esposo tres décadas (Pierre fue atropellado a los 47 años por un coche de caballos), padeció toda su vida las consecuencias de sus investigaciones. Especialmente dolorosos fueron sus últimos años. Falleció en 1934 de anemia perniciosa.
Más de medio siglo después de los experimentos que condujeron al descubrimiento (1898) del radio, en abril de 1956, Frédéric Joliot, el marido de la hija mayor de Marie, Irène, también científica y también como su madre premio Nobel, midió la radiactividad que todavía mostraban los manuscritos en los que Marie y Pierre Curie anotaban los resultados de las investigaciones que llevaron a cabo en 1902, encontrando que estaban fuertemente contaminados, y que incluso se podían distinguir las trazas de sus dedos, que estaban impregnadas de radio. En palabras de Joliot: «Muchos años después [del descubrimiento del radio], hacia 1926, los trabajadores que frecuentaban el Instituto del Radio pudieron ver en algunos dedos de Marie Curie, en especial en la yema del dedo índice, las trazas profundas de destrucción provocadas por la radiación».
La ciencia ayudando a la historia.
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