AL FILITO

He vuelto

Y, después de visionar todos los ángulos (y aquí viene el auténtico toque «deluxe»), chequeamos que la casa está como la dejamos

Uno de mis vicios, medio-confesables, es la avidez informativa. Necesito estar al tanto de lo que ocurre casi al momento. Desde que tengo uso de razón, la radio me acompaña durante todo el día y rara es la mañana en la que no echo ... un vistazo al periódico durante el segundo café de la jornada.

Supongo que el gusto me viene de cuando mi padre le leía los titulares a su Colona en la mini-terracita de nuestra «solución habitacional» de Lebón, después de tirar el capazo por la ventana con cinco duros que eran rápidamente canjeados por aquellas sábanas de papel y tinta que tantos angelitos traían enmarcados en negro en las últimas páginas; o de su eterno transistor siempre puntual en aquella «Hora 25», gracias a la cual seguí en directo el incendio de la discoteca «Alcalá 20», el desarrollo de las Olimpiadas de Los Ángeles o las manifestaciones en contra del estreno de «La Última Tentación de Cristo», por poner.

Hoy ya no existen aquellos tabloides tiznados, ni sus substitutos reproducen -gracias a Dios- tantas esquelas infantiles. En cuanto a la emisora de radio que emitía aquel programa mítico, ha mutado la profesionalidad de antaño por un servilismo y adoración al Poder (socialista) propios de una Secretaría goebbelsiana de Propaganda y su escucha me produce una náusea mayor que la que puede provocarme un eructo de Oscar Puente.

Afortunadamente, en estos tiempos que vivimos tenemos multitud de medios informativos donde elegir y, aunque te vayas a la otra punta del Mundo, podemos estar al tanto de lo que ha sucedido en la plazoleta de tu barrio, si es que algo se ha movido allí, y respirar tranquilos durante las vacaciones al comprobar que todo sigue igual. Y esto es un lujo que disfrutamos en exclusiva los vecinos de esta maravillosa Tacita de Plata. No solo contamos con la maravillosa cobertura y difusión en línea que proporcionan dos grandes periódicos de bandera editorial, más uno de tirada extensa y gratuita; sino que además podemos sintonizar los programas locales de emisoras privadas de radio y deleitarnos con sus programas de actualidad local mientras nos tomamos un coco helado en una playa de Langkawi (si es que no tienes otra cosa mejor que hacer a esa hora). Si me permiten el símil, es como si hubiéramos instalado en nuestra casa una red premium de cámaras y detectores de presencia sin que nos cueste un solo céntimo. Y, después de visionar todos los ángulos (y aquí viene el auténtico toque «deluxe»), chequeamos que la casa está como la dejamos.

Y así está «la Casa» desde hace veinte años: queda, impertérrita e impasible en su agónica decadencia. No importa cuantos inquilinos pasen por ella ni su capacidad o falta de preparación para atenderla y mantenerla. Uno tras otro van subrogándose en el contrato sin que ninguno de ellos tenga la vergüenza torera de limpiar la herrumbre de una sola lámpara.

La Casa es Cádiz, los inquilinos son los embusteros que viven del cuento político (de uno y otro signo) y los propietarios -silentes, pasivos, hastiados- somos quienes sudamos cada día para pagar la nómina de 900 empleados municipales de entre los cuales parece que no hay nadie capaz de llevar de la manita a aquellas criaturitas electas en la dificilísima labor de hacer que una joya como esta luzca como merece. Y nuestros abogados son los medios de comunicación, que parecen haberse contagiado del empanamiento mental local, pues se limitan a reproducir lo que se anuncia desde los altavoces sin atreverse a cuestionar, incomodar ni cuestionar a los vendedores de crecepelo.

Acaban de reabrir el enorme diamante en bruto que supondría -para cualquier otro lugar del Planeta- el recinto del Castillo de San Sebastián; y ya se entrevén señales de la escasa -o inexistente- idea de qué hacer con ello (como tantas cosas, tanto tiempo, tan reiteradamente, tanta burla…). Y no ha habido un solo medio que exponga -blanco sobre negro- lo que todos tenemos en la cabeza: eliminen absurdas trabas burocráticas, plazos y trámites ridículos, tanta regla y tanta norma que solo sirve para contratar funcionarios que fiscalicen y multen y denlo en concesión asequible a un hostelero local (el que todos ustedes se están imaginando, a quien no le debo nada), o a un grupo de ellos; y antes de que finalice el año podremos disfrutar de un enclave único en España, aprovechado y en pleno rendimiento, creando puestos de trabajo a muchos padres de familia, posibilitando la creación de más empleos vinculados y poniendo en el mapa lo que ahora es (y seguirá haciendo, si la zarpa política sigue atenazándolo) un trastero baldío.

A cambio, obtendrán las críticas de los cuatro ridículos de siempre, sí. Pero más gente pagana de impuestos, con los que podrán ampliar la nómina de utilísimos asesores. Compensa, ¿verdad?

Pues hagan paso y dejen hacer a quienes saben.

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